Traducción del artículo de Leo Kanner, "Trastornos autistas del contacto afectivo" por Matilde Pelegrí
TRASTORNOS AUTISTAS DEL CONTACTO AFECTIVO
Leo Kanner
Articulo original: Kanner, L. (1943). Autistic disturbances of affective contact.
Nervous Child 2.
Traducción: Matilde Pelegrí
Desde 1938, nos ha llamado la atención la cantidad de niños cuya condición difiere de manera tan marcada y singular de cualquier otra conocida hasta ahora, cada caso merece -‐ y espero que con el tiempo reciba -‐ una consideración detallada por sus fascinantes peculiaridades. Por razones inevitables de espacio hacemos una presentación condensada del material de los casos. Por la misma razón, también se han omitido las fotografías. Puesto que ninguno de los niños del grupo ha superado la edad de 11 años este debe considerarse como un informe preliminar, que se ampliara a medida que los pacientes crezcan y se realice una observación posterior de su desarrollo.
Caso 1
A Donald T. le vimos por primera vez en octubre de 1938, a la edad de cinco años y un mes. Antes de que llegara la familia desde su ciudad natal, el padre envió una historia escrita a máquina de 33 páginas que, aunque estaba llena de muchos detalles obsesivos, era una muestra excelente de los antecedentes de Donald. Donald nació a término el 8 de Septiembre de 1933. Pesó casi 3 Kg. Fue alimentado con pecho materno y alimentación suplementaria hasta el final del octavo mes; hubo frecuentes cambios de fórmulas. «La comida», dice el informe, «siempre ha sido un problema para él. Nunca ha tenido un apetito normal. Ver a los niños comiendo dulces o helados nunca le ha supuesto una tentación». La dentición se desarrolló satisfactoriamente. Empezó a andar a los 13 meses. A la edad de un año «podía tararear y cantar muchas melodías con precisión». Antes de cumplir los dos años, tenía «una memoria inusual para las caras y los nombres, sabía los nombres de muchas casas» en su ciudad natal. «Su familia le estimuló a aprender y recitar poemas cortos, e incluso se aprendió el Salmo XXIII y veinticinco preguntas y respuestas del Catecismo Presbiteriano». Los padres observaron que « aprendía a hacer preguntas o a responderlas, sólo si estas pertenecían a rimas o cosas de este estilo y, a menudo, no preguntaba más que con palabras aisladas». Su articulación era clara. Llegó a interesarse por las ilustraciones y muy pronto sabía un número excesivo de láminas de una serie de la Enciclopedia Compton. “Conocía los retratos de los presidentes” y conocía la mayoría de los retratos de sus antepasados y parientes por ambas ramas de la familia». Aprendió rápidamente el alfabeto entero «tanto hacia adelante como hacia atrás», y a contar hasta 100. Se observó muy pronto que estaba más feliz cuando se le dejaba solo, casi nunca lloraba para ir con su madre, no se daba cuenta del regreso de su padre a casa, y le eran indiferentes las visitas de los familiares. El padre resaltaba especialmente el hecho de que Donald incluso no llegó a prestar ninguna atención a toda la parafernalia que rodea a Santa Claus.
Parece estar satisfecho de sí mismo. No muestra ninguna reacción aparente cuando se le acaricia. No observa el hecho de si alguien va o viene, y nunca esta contento de ver a su padre, a su madre, o a cualquier compañero de juego. Parece encerrado en su caparazón y vivir dentro de sí mismo. En una ocasión, sacamos de un orfanato a un niño muy agradable de su misma edad, y le llevamos a casa para pasar el verano con Donald, pero Donald jamás le hizo ninguna pregunta, ni le contestó, y nunca se puso a jugar con él. Rara vez viene cuando se le llama, hay que cogerle y llevarle a donde tenga que ir.
A los dos años «desarrolló la manía de hacer girar bloques, cazos y otros objetos redondos». Al mismo tiempo, rechazaba los vehículos autopropulsados, como cochecitos, triciclos y columpios. Todavía le dan miedo los triciclos, y parece que le entra casi pánico cuando se le obliga a montar en ellos, en ese momento intenta agarrarse a la persona que le esta ayudando. Este verano [1937] le compramos un tobogán y la primera tarde, mientras los demás niños se deslizaban por él, Donald no se acercó, y cuando le pusimos para que se deslizara parecía paralizado por el miedo. Sin embargo, a la mañana siguiente, cuando no había nadie presente, salió, subió la escalera y se deslizó, y desde entonces lo ha hecho con frecuencia, pero sólo cuando no hay ningún otro niño junto a él para deslizarse....Siempre estaba feliz y ocupado entreteniéndose sólo, pero se enfadaba si se le insistía en jugar con ciertas cosas. Cuando se le interrumpía tenía rabietas, durante las cuales era destructivo. Tenía «un miedo terrible a ser pegado o azotado», pero «no podía asociar su mala conducta con su castigo». En agosto de 1937, ingresaron a Donald en el preventorio de la tuberculosis para proporcionarle «un cambio de ambiente». Mientras estuvo allí, no mostró « ninguna inclinación por jugar con otros niños, ni por hacer las cosas en las que normalmente los chicos de su edad están interesados». Ganó peso, pero desarrolló el hábito de agitar la cabeza de lado a lado. Continuó haciendo girar objetos, y saltaba extasiado mientras los veía girar. Presentaba una abstracción mental que le hacía olvidarse por completo de todo lo que le rodeaba. Parece estar siempre pensando y pensando, y para atraer su atención casi se requiere romper una barrera mental entre su conciencia interna y el mundo exterior. El padre, a quien Donald se parece físicamente, es un abogado de éxito, meticuloso y trabajador, que ha tenido dos «crisis nerviosas» por exceso de trabajo. Siempre se tomó en serio sus enfermedades, guardando cama y siguiendo escrupulosamente las órdenes de los médicos, incluso por el resfriado más insignificante. «Cuando camina por la calle, esta tan absorto en sus pensamientos que no ve nada ni a nadie, y no puede recordar nada sobre el paseo». La madre, graduada universitaria, es una mujer tranquila y capaz, de la cual su marido se siente ampliamente superior. Tuvieron un segundo hijo, un niño, el 22 de mayo de 1938. Cuando se examinó a Donald en la Harriet Lane Home, en octubre de 1938, le encontraron en buenas condiciones físicas. Durante la observación inicial, y en un estudio de dos semanas realizado por los doctores Eugenia S. Cameron y George Frankl en la Child Study Home de Maryland, se obtuvo el siguiente cuadro: Presentaba una limitación muy marcada de actividad espontanea. Deambulaba sonriendo, haciendo movimientos estereotipados con sus dedos, cruzándolos en el aire. Balanceaba la
cabeza de lado a lado, susurrando o murmurando la misma melodía de tres notas. Hacía girar con gran placer cualquier cosa de la que pudiera apoderarse para tal fin. Tiraba objetos al suelo, y parecía deleitarse con los ruidos que producían. Ordenaba bolitas, palitos o bloques en grupos de diferentes series de colores. Cuando terminaba una de estas actividades, chillaba y saltaba de arriba a abajo. Aparte de esto, no mostraba ninguna iniciativa, y requería instrucciones constantes (de su madre) para realizar cualquier actividad distinta de las pocas en las que estaba absorto.
La mayoría de sus acciones eran repeticiones, llevadas a cabo exactamente de la misma forma en la que se habían realizado en un principio. Si hacía girar un cubo, siempre tenía que comenzar con la misma cara en la parte superior. Cuando ensartaba botones, siempre los ordenaba en una cierta secuencia que no tenía una regla determinada, pero que resultó ser el orden que utilizó su padre al enseñarselo por primera vez. Tenía también innumerables rituales verbales recurrentes a lo largo del día. Cuando deseaba bajarse de la cama, después de una siesta, decía, «Boo [su palabra para llamar a su madre], di "Don, ¿quieres bajar?"». Su madre le complacería, y Don diría: «Ahora di "Bien"». La madre lo haría y Don se bajaba. A la hora de comer, repitiendo algo que obviamente se le había dicho a menudo, decía a su madre, «Di "cómelo o no te daré tomates, pero si no te lo comes, te daré tomates"» o «Di "Si bebes eso, reiré y sonreiré"». Y su madre tenía que estar de acuerdo porque si no chillaba, gritaba y ponía en tensión todos los músculos del cuello. Esto sucedía durante todo el día por una cosa u otra. Parecía experimentar mucho placer al exclamar palabras o frases, tales como: «crisantemo»; «dalia, dalia, dalia»; «negocio»; «vid enredadera»; «el derecho esta encendido, el izquierdo esta apagado»; «a través de las oscuras nubes brillantes». Expresiones irrelevantes como estas constituían su forma habitual de hablar. Parecía estar siempre repitiendo como un loro lo que había oído que le decían en un momento u otro. Utilizaba los pronombres personales para las personas a las que estaba citando, imitándoles incluso la entonación. Cuando quería que su madre le quitara el zapato, decía: «Quítate el zapato». Si quería bañarse, decía: «¿Quieres bañarte?». Las palabras tenían para él un significado específicamente literal e inflexible. Parecía incapaz de generalizar, de transferir una expresión a otro objeto o situación similares. Si ocasionalmente lo hacía, era una sustitución, que se «fijaba» definitivamente en lugar del significado original. De este modo, bautizó a cada una de sus acuarelas con el nombre de una de las quintillizas de Dionne: Annete para la azul, Cecile para la roja, etc. Después, realizando una serie de mezclas de colores, procedía de la siguiente manera: «Annete y Cecile dan púrpura». La petición coloquial de «put that down» [baja eso], para el significaba que tenía que ponerlo en el suelo. Tenía un «vaso para la leche» y un «vaso para el agua». Cuando echaba la leche en el vaso del agua, la leche se convertía así en «agua blanca».
La palabra «sí» significó durante mucho tiempo que quería que su padre le subiera a hombros. Esto tenía un origen claro. Su padre, tratando de enseñarle a decir «sí» y «no», una vez le preguntó: “¿Quieres que te suba a hombros?». Don expresó su acuerdo repitiendo la pregunta literalmente, en forma de ecolalia. Su padre le dijo: «Si quieres que lo haga, di "sí"; si no quieres, di "no"».
Don dijo «sí» al ser preguntado, pero a partir de entonces, «sí» pasó a significar que deseaba que le subieran a los hombros de su padre. No prestaba atención a las personas que le rodeaban. Cuando entraba en una habitación, no tenía en cuenta a la gente e inmediatamente se dirigía a los objetos, sobre todo hacia los que podían ser girados. Las órdenes o acciones de las que no podía desentenderse, eran tomadas como intrusiones inoportunas, pero nunca se enfadaba con la persona que le incordiaba. Molesto, apartaba la mano que se interponía en su camino o el pie que pisaba uno de sus cubos, refiriéndose conjuntamente al pie que estaba sobre el cubo como «paraguas». Cuando el obstáculo se retiraba, olvidaba completamente el asunto. No prestaba atención a la presencia de otros niños, sino que seguía con sus pasatiempos favoritos, alejándose de ellos si eran tan atrevidos como para acercarse a él. Si un chico le cogía un juguete, lo permitía pasivamente. Garabateaba líneas en los libros de dibujo que los demás niños estaban coloreando, retirándose o tapándose los oídos con las manos si le amenazaban enfadados. La única persona con la que tenía algún contacto era su madre, que incluso pasaba todo su tiempo buscando formas de mantenerle jugando con ella. Tras su regreso a casa, la madre envió informes periódicos sobre su evolución. Aprendió rápidamente a leer con fluidez, y a tocar melodías sencillas en el piano. Comenzó, cuando se podía captar su atención, a responder a preguntas «que requerían un sí o un no por respuesta». Aunque en alguna ocasión empezó a hablar de sí mismo como «yo» y de la persona a la que se dirigía como «tu», continuó durante bastante tiempo con la inversión pronominal. Cuando, por ejemplo, en Febrero de 1939, tropezó y estuvo a punto de caerse, dijo de sí mismo: « No te has caído». Expresaba perplejidad ante las inconsistencias del deletreo: «bite» debería ser deletreado «bight» para corresponderse con el deletreo de «ligth». Podía pasarse horas escribiendo en la pizarra. Su juego se volvió más imaginativo y variado, aunque todavía era bastante ritualista. Le trajeron de nuevo a reconocimiento en mayo de 1939. Su atención y concentración habían mejorado. Mostraba mejor contacto con el entorno, y algunas reacciones directas ante personas y situaciones. Manifestaba malestar cuando se le contrariaba; reclamaba los premios prometidos y evidenciaba su contento si se le alababa. En el Child Study Home fue posible obtener, a base de insistir constantemente, cierta aceptación de la rutina diaria y cierto grado de manejo correcto de los objetos. Pero todavía seguía escribiendo letras en el aire con los dedos, exclamando palabras -‐ «punto y coma»; «mayúscula»; «doce, doce»; «Muerto, muerto»; «»podría poner una comita o punto y coma» -‐, masticando papel, poniéndose comida en el pelo, tirando libros a la taza del W.C., metiendo una llave en el desagüe, subiéndose encima de la mesa y del escritorio, cogiendo rabietas, riéndose y murmurando autísticamente. Se apoderó de una enciclopedia, aprendió unas quince
palabras del índice, y anduvo repitiéndolas una y otra vez. Se prestó ayuda a su madre para que intentara desarrollar su interés y participación en situaciones de la vida cotidiana. Lo que sigue son extractos de cartas enviadas posteriormente por la madre de Donald:
Septiembre, 1939. Sigue comiendo, lavándose y vistiéndose solo, únicamente con mi insistencia y ayuda. Esta volviéndose habilidoso, construye casas con bloques, dramatiza historias, intenta lavar el coche, riega las flores con la manguera, juega a las tiendas con comestibles, trata de cortar dibujos con las tijeras. Aún ejercen los números gran atracción para él-‐ Aunque su juego esta mejorando de forma clara, nunca ha hecho preguntas acerca de la gente y no muestra interés por nuestras conversaciones. . . . . Octubre, 1939 [un director de escuela, amigo de la madre, había accedido a admitir a Donald en el primer grado de su escuela]. El primer día les resultó muy difícil, pero ha mejorado mucho día a día. Don es mucho más independiente, quiere hacer muchas cosas por sí mismo. Sigue la fila correctamente, contesta cuando se le llama, y es más dócil y obediente. Nunca cuenta voluntariamente ninguna de sus experiencias en el colegio, y tampoco pone pegas para ir.... Noviembre, 1939. He visitado su clase esta mañana y me ha sorprendido ver lo bien que cooperaba y respondía. Estaba muy callado y tranquilo, y escuchaba lo que la profesora estaba diciendo aproximadamente la mitad del tiempo. No chilla ni corre por ahí, sino que se sienta en su sitio como los demás niños. La maestra comenzó a escribir en la pizarra. Esto atrajo inmediatamente su atención. Ella escribió: Betty puede dar de comer a un pez. Don puede dar de comer a un pez. Jerry puede dar de comer a un pez. Cuando le llegó su turno, se levantó y rodeó su nombre con un círculo. Luego dio de comer a un pez de colores. A continuación, se dio a cada niño el libro de lectura de la semana, lo abrió por la página correcta, siguiendo las instrucciones de la profesora, y leyó cuando esta le mandó. También contestó a una pregunta sobre los dibujos. Varias veces, cuando estaba contento, dio saltos y una vez agitó la cabeza al responder.... Marzo, 1940. La mejora más importante que noto es su conciencia de las cosas que le rodean. Habla mucho más y hace bastantes preguntas. No es frecuente que de forma espontanea me cuente cosas de la escuela, pero, si le hago preguntas al respecto, responde correctamente. Participa de manera real en los juegos con los demás chicos. Un día hizo jugar a toda la familia a un juego que acababa de aprender, diciéndonos a cada uno lo que teníamos que hacer exactamente. Come solo mejor y es más capaz de hacer cosas por sí mismo.... Marzo, 1941. Ha mejorado muchísimo, pero sus dificultades básicas todavía son evidentes....
En abril de 1941 trajeron a Donald para otro reconocimiento. Ignoró la invitación a entrar en el despacho, pero se dejó guiar complacido. Una vez dentro, ni siquiera lanzó una mirada a los tres médicos presentes (a dos de ellos los recordaba bien de sus visitas anteriores), sino que inmediatamente se dirigió al escritorio y anduvo manipulando papeles y libros. Al principio, contestaba a las preguntas con una respuesta estereotipada, «No se». Después, se procuró papel y lápiz y dibujó y escribió páginas y paginas, llenándolas de letras del alfabeto y unos pocos dibujos muy sencillos. Dispuso las letras en dos o tres líneas, leyéndolas en vertical en vez de en sucesión horizontal, y estaba muy contento con el resultado. Ocasionalmente hacía de forma espontanea una afirmación o pregunta: «Voy a quedarme durante dos días en el Child Study Home». Más tarde dijo, « ¿Dónde esta mi madre?». « ¿Por qué la quieres?», le preguntamos. «Quiero abrazarla por el cuello». Utilizaba los pronombres adecuadamente, y sus frases eran gramaticalmente correctas. La mayor parte de su «conversación» consistía en preguntas muy obsesivas. No se cansaba nunca de buscar variaciones: “¿Cuantos días en una semana, años en un siglo, horas en un día, horas en medio día, semanas en un siglo, siglos en medio milenio?», etc. etc.; « ¿Cuantas pintas en un galón, cuantos galones para llenar cuatro galones?». Algunas veces preguntaba, « ¿Cuantas horas en un minuto, cuantos días en una hora?», etc. Parecía pensativo y siempre quería una respuesta. En ocasiones transigía momentáneamente respondiendo con rapidez a alguna otra pregunta o requerimiento, pero enseguida volvía al mismo tipo de conducta. Muchas de sus respuestas eran metafóricas, o peculiares en algo. Cuando se le pidió que restara cuatro a diez, respondió: «Dibujare un hexágono». Era aún extremadamente autista. Su relación con los demás se había desarrollado sólo para pedir ayuda o información. Incluso este tipo de contacto cesaba en el momento en que se le decía o daba lo que había solicitado. Una carta de su madre afirmaba en octubre de 1942: Don todavía se muestra indiferente ante mucho de lo que le rodea. Sus intereses cambian a menudo, pero siempre esta absorto en alguna clase de asunto tonto o sin relación. Su rigidez mental es aún muy marcada, quiere deletrear las palabras tal y como suenan, y pronunciar las letras de forma consistente. Recientemente he conseguido que Don haga algunas tareas domesticas para ganar dinero con el que ir al cine. Ahora en verdad disfruta con las películas, pero no capta el hilo, o la idea de una historia. Las recuerda en el orden en que las ve. Otra de sus aficiones recientes son los números atrasados de la revista Time. Encontró el primer número del 3 de marzo de 1923, y ha intentado hacer una lista de las fechas de publicación de cada número desde entonces. Hasta el momento ha llegado a abril de 1934. Ha calculado la cantidad de números de un volumen y tonterías por el estilo.
Caso 2
Nos trajeron a Frederick W. el 27 de mayo de 1942, a la edad de 6 años, con la queja del médico de que «su conducta adaptativa en el entorno social se caracteriza por ser a su vez agresiva como de retraimiento». Su madre manifestaba: El niño siempre ha sido autosuficiente. Podía dejarle solo y se entretenía muy felizmente, dando vueltas, cantando. Nunca he observado que llorase para llamar la atención. Tampoco se ha interesado por jugar al escondite, sino que hacía rodar una pelota de un lado a otro, miraba cómo se afeitaba su padre, sostenía la caja de la navaja de afeitar y luego ponía la navaja dentro, colocaba la tapa de la jabonera. Nunca fue bueno en el juego cooperativo. No muestra interés en jugar con las cosas normales con las que juegan otros chicos, cualquier objeto que tenga ruedas. Tiene miedo de los aparatos mecánicos; huye de ellos. Solía asustarle mi batidora, y se queda absolutamente petrificado con el aspirador. Los ascensores son una experiencia terrorífica para él. Le dan miedo las peonzas. Hasta el año pasado, ignoraba casi por completo a los demás. Cuando teníamos invitados, no les prestaba ninguna atención. Miraba con curiosidad a los niños pequeños y después se iba solo. Actuaba como si la gente no estuviera allí, incluso con sus abuelos. Hace un año aproximadamente, empezó a mostrar más interés en observarles, incluso acercándose a ellos. Pero, en general, las personas le resultan un obstáculo; las aparta de su camino. Si alguien se le acerca demasiado, le aparta. No quiere que yo le toque o que le ponga el brazo alrededor, pero el sí que viene y me toca a mí. Hasta cierto punto le gusta que todo este igual. En una de las estanterías teníamos tres cosas en un orden determinado. Cuando lo cambiábamos, lo reordenaba y lo ponía de la forma anterior. Aparentemente, no intenta cosas nuevas. Después de observar durante mucho tiempo, lo hace todo de repente. Quiere estar seguro de que lo hace bien. Dijo al menos dos palabras [«Papa» y «Dora», el nombre de la madre] antes de los dos años. A partir de entonces, entre los dos y los tres años, decía palabras que parecían salirle como por sorpresa. Las pronunciaba una vez, y nunca las repetía. Una de las primeras palabras que dijo fue «bata» [los padres que nunca esperaban que contestara a las preguntas que le hacían, se quedaron sorprendidos cuando una vez les respondió -‐ «Sí»]. Alrededor de los dos años y medio comenzó a cantar. Cantaba aproximadamente veinte o treinta canciones, incluida una nana francesa. A los cuatro años trate de hacer que pidiera las cosas antes de conseguirlas. Tenía más fuerza de voluntad que yo y aguantaba más tiempo, y aunque no lo consiguiera, nunca se rendía. Ahora puede contar hasta cien y leer números, pero estos no le interesan en su aplicación a los objetos. Tiene una gran dificultad para aprender el uso correcto de los pronombres personales. Cuando recibe un regalo, se dice a sí mismo: «Tú dices "gracias"». Juega a los bolos y, cuando los ve caer, salta con gran alegría.
Frederick nació el 23 de mayo de 1936, en un parto de nalgas. La madre tuvo «algún problema de riñón» y se le hizo una cesárea dos semanas antes de que cumpliera el plazo. Estuvo bien después del nacimiento. No presentó problemas de alimentación. La madre recordaba que nunca le vio adoptar una postura anticipatoria cuando ella se disponía a cogerle en brazos. Se sentó a los siete meses y anduvo hacia los 18. Tuvo algún resfriado ocasional, pero ninguna otra enfermedad. No tuvieron éxito los intentos de llevarle a una guardería: «o se apartaba y se escondía en un rincón, o se abría paso hasta el medio del grupo y se mostraba muy agresivo».
El niño es hijo único. El padre, de 44 años, graduado universitario y botánico, ha viajado muchísimo debido a su trabajo. Es un hombre paciente, de temperamento equilibrado, ligeramente obsesivo; de niño no habló «hasta tarde» y era delicado de salud, se supone que «por falta de vitaminas en la dieta que había en África». La madre, de 40 años, graduada universitaria, trabajó sucesivamente como secretaria de unos médicos, agente de compras, directora de una escuela femenina de estudios de secretariado, y, en una ocasión, como profesora de Historia, se la describe como saludable, de temperamento equilibrado. El abuelo paterno organizó expediciones medicas a África, estudió medicina tropical en Inglaterra, y llegó a ser una autoridad en minas de manganeso en Brasil, fue al mismo tiempo decano de una escuela de medicina y director de un museo de arte en una ciudad americana, y esta registrado en «Who is who» bajo dos nombres diferentes. Desapareció en 1911, su paradero no estuvo claro durante 25 años. Después se supo que había ido a Europa y se había casado con una novelista, sin obtener el divorcio de su primera esposa. La familia le considera como «un carácter fuerte, tipo-‐genio, que quería hacer todo el bien que pudiera». La abuela paterna es descrita como «una misionera fanática donde las hubiera, muy dominante y difícil de tratar, actualmente monitora en el sur, en un colegio para alpinistas». El padre es el segundo de cinco hijos. El mayor es un conocido periodista y autor de un best seller. Una hermana casada, «muy nerviosa y bastante precoz», es cantante. Le sigue un hermano que escribe para revistas de aventuras. El más joven, pintor, escritor y comentarista de radio», no habló hasta cerca de los 6 años, y las primeras palabras que dijo, según cuentan, fueron «Cuando un león no puede hablar, puede silbar». La madre comentó de sus propios parientes, «Los míos son gente normal». Su familia esta establecida en una ciudad de Wisconsin, donde el padre es banquero; su madre esta «ligeramente interesada» en los trabajos de la Iglesia, y sus tres hermanas, todas más jóvenes que ella, son señoras típicas de clase media. Se admitió a Frederick en la Harriet Lane Home el 27 de mayo de 1942. Parecía estar bien alimentado. El perímetro cefálico era de 21 pulgadas, el de su abdomen 21 pulgadas. Las regiones occipital y frontal eran marcadamente prominentes. Tenía un pezón de más en su axila izquierda. Los reflejos eran lentos, pero presentes. Todas las demás observaciones, incluyendo examenes de laboratorio y rayos X de su cerebro, eran normales, excepto unas amígdalas grandes e irregulares. Le llevó a la consulta del psiquiatra una enfermera, que después salió inmediatamente de la habitación. Su expresión facial era tensa, algo aprensiva, y daba la impresión de inteligencia.
Caminó sin rumbo durante unos momentos, sin manifestar señales de percatarse de los tres adultos presentes. Luego se sentó en el sofá, emitiendo sonidos ininteligibles, y después, bruscamente, se tumbó mostrando todo el tiempo una especie de sonrisa como de estar soñando. En los casos en que respondía a preguntas u órdenes, lo hacía repitiéndolas en forma de ecolalia. El rasgo más llamativo de su conducta era la diferencia entre sus reacciones ante los objetos y ante las personas. Los objetos le absorbían fácilmente, y mostraba buena atención y perseverancia al jugar con ellos. Parecía considerar a las personas como intrusos indeseados, a los cuales prestaba tan poca atención como le permitiesen. Cuando se le obligaba a responder, lo hacía de modo breve y volvía a estar absorto en sus cosas. Si se extendía una mano delante de él de forma que no pudiera ignorarla, jugaba con ella fugazmente como si fuera un objeto aislado. Sopló una cerilla con expresión de satisfacción por el resultado, pero no miró a la persona que la había encendido. Al entrar una cuarta persona en la habitación, se refugió durante uno o dos minutos detrás de la estantería, diciendo, «No te quiero», y haciendo gestos para que se alejara; luego continuó jugando, sin prestar más atención ni a esa persona ni a ninguna otra.
Los resultados de los tests (escala de ejecución de Grace Arthur) fueron difíciles de evaluar debido a su falta de cooperación. Lo hizo mejor con el tablero de formas de Seguin (el tiempo más breve: 58 segundos). En la prueba de completar la yegua y el potro parecía guiarse enteramente por la forma, hasta el punto de que no importaba que las piezas estuvieran hacia arriba o hacia abajo. Completó el triangulo, pero no el rectángulo. Con todos los tableros de formas mostró buena perseverancia y concentración, trabajando con ellos de forma espontanea y con interés. Entre prueba y prueba deambulaba por la habitación examinando diferentes objetos o hurgando en la papelera, sin importarle las personas presentes. Con frecuencia hacía ruidos de succión y, ocasionalmente, se besaba el dorso de la mano. Se quedó fascinado con el círculo del tablero de formas, rodándolo por la mesa e intentando, con algún acierto ocasional, cogerlo justo antes de que cayera. Se matriculó a Frederick en la Devereux School el 26 de septiembre de 1942. Caso 3 Richard M. fue enviado al John Hopkins Hospital el 5 de febrero de 1941, a los tres años y tres meses, alegando sordera ya que no hablaba ni respondía a las preguntas. Después de su admisión, el médico interno hizo esta observación: El niño parece bastante inteligente. Juega con los juguetes en la cama, y muestra curiosidad por los instrumentos utilizados en el examen. Parece bastante autosuficiente en su juego. Es difícil asegurar si oye, pero da la impresión de que sí. Obedece órdenes como «siéntate» o «túmbate», incluso cuando no ve al que habla. No presta atención a la conversación que hay a su alrededor y, aunque hace ruidos, no dice palabras reconocibles. Su madre trajo consigo numerosas notas que indicaban una preocupación obsesiva por los detalles, y una tendencia obsesiva a atribuir toda clase de interpretaciones particulares sobre las actuaciones de su hijo. Observaba (y anotaba) cada gesto y cada «aspecto», tratando de averiguar su significado específico, y, al final, se decidía por una explicación peculiar, a veces muy inverosímil. De esta manera acumuló un informe que, aunque muy elaborado y ricamente ilustrado, en general revelaba más su propia versión de lo que había ocurrido en cada momento, que lo que realmente había ocurrido. El padre de Richard es profesor de ingeniería forestal en una universidad del sur.
El esta muy inmerso en su trabajo, casi hasta el punto de excluirse de los contactos sociales. La madre es graduada universitaria. El abuelo materno es médico, y el resto de la familia, por ambas partes, se compone de profesionales competentes. El hermano de Richard, treinta y un meses menor que él, es descrito como un niño normal y bien desarrollado. Richard nació el 17 de noviembre de 1937. El embarazo y el parto fueron normales. Se sentó a los 8 meses y anduvo al año. Su madre comenzó a «entrenarle» a la edad de tres semanas, dándole un supositorio cada mañana «para que sus intestinos funcionaran como un reloj». La madre, al comparar a sus dos hijos, recordaba que mientras el más pequeño mostraba una activa reacción anticipatoria al ser cogido en brazos, Richard no había manifestado ningún signo fisonómico o postural de estar preparado para ello, y no había logrado ajustar su cuerpo cuando le sostenía ella o la niñera. La nutrición y el crecimiento se desarrollaron de forma satisfactoria. Después de la vacuna de la viruela, a los doce meses, tuvo un ataque de diarrea y fiebre, del que se recuperó en algo menos de una semana. En septiembre de 1940, al comentar la ausencia de habla, la madre resaltaba en sus notas: “No puedo estar segura de cuando dejó de imitar los sonidos de las palabras. Parece como si hubiera ido hacia atrás mentalmente, de forma gradual, durante los dos últimos años. Hemos pensado que era debido a que no revelaba lo que había en su cabeza, pero que estaba allí. Ahora que hace tantos sonidos es desconcertante, porque ya es evidente que no puede hablar. Antes yo pensaba que podría si quisiera. Me daba la impresión de una silenciosa sabiduría.... Una cosa sorprendente y que desanima es la gran dificultad que uno encuentra para obtener su atención “. Se dejó llevar sin oponerse a la consulta del psiquiatra y enseguida se enfrascó en un activo juego con los juguetes, sin prestar atención a las personas que había en la sala. De vez en cuando miraba a las paredes, sonreía y emitía unos sonidos breves, potentes y entrecortados -‐« ¡Ee,Ee,Ee!».Obedeció una orden verbal y gestual de su madre para que se quitara las zapatillas. Al darle otra orden, esta vez sin gestos, repitió la petición original y de nuevo se quitó las zapatillas (que se había vuelto a poner). Realizó bien el tablero de formas no rotatorio, pero no así el rotatorio. Vimos de nuevo a Richard a la edad de cuatro años y cuatro meses. Había crecido considerablemente y ganado peso. Al llevarle a la sala de examen gritó y armó un gran alboroto, pero una vez que cedió, continuó de buena gana. Inmediatamente se puso a encender y apagar las luces. No mostró interés ni por el examinador ni por ninguna otra persona, pero le atrajo una caja pequeña que arrojó como si fuera una pelota. A los cuatro años y 11 meses su primer movimiento al entrar en la consulta (o cualquier otra sala) fue encender y apagar las luces. Se subió a una silla y de allí a la mesa, para poder alcanzar el interruptor de la lampara de pared. No comunicó sus deseos sino que se puso furioso hasta que su madre adivinó lo que quería y se lo facilitó. No tenía contacto con las personas, a las que consideraba como intrusos cuando le hablaban o trataban de captar su atención de cualquier otra forma. La madre se sentía incapaz de dominarle por más tiempo y le llevaron a una casa de acogida, cerca de Annapolis, con una mujer que había mostrado un gran talento para tratar niños difíciles. Hace poco esta mujer le oyó decir claramente sus primeras palabras inteligibles. Fueron: «Buenas noches».
Caso 4
Paul G. fue enviado en marzo de 1941 a la edad de cinco años, para una evaluación psicométrica de lo que pensaban que era un déficit intelectual severo. Había asistido a una guardería privada, donde su lenguaje incoherente, su incapacidad de adaptación, y sus reacciones ante cualquier interferencia con expresiones de rabia, daban la impresión de debilidad mental. Paul, hijo único, había venido a este país desde Inglaterra con su madre, aproximadamente a los dos años. Su padre, un ingeniero de minas del que se cree que ahora esta en Australia, había abandonado a su esposa poco antes, después de varios años de infeliz matrimonio. La madre, supuestamente graduada universitaria, una mujer inquieta, inestable y muy nerviosa, proporcionó una historia vaga y flagrantemente contradictoria del ambiente familiar y del desarrollo del niño. Dedicó mucho tiempo a resaltar e ilustrar sus esfuerzos para hacer que Paul sea inteligente, enseñándole a memorizar poemas y canciones. A los tres años sabía las letras de más de 37 canciones, y diferentes y variadas rimas infantiles. Nació con normalidad. Vomitó mucho durante su primer año y se cambiaron frecuentemente, y con poco éxito, las formas de alimentación. Cesó de vomitar cuando empezó a tomar alimentos sólidos. Le salieron los dientes, sostuvo la cabeza, se sentó, anduvo y estableció el control de esfínteres a la edad normal. Tuvo sarampión, varicela, y tosferina sin complicaciones. Le extrajeron las amígdalas a los tres años. En el examen físico se le descubrió fimosis como única anomalía respecto a su, por otra parte, buena salud. Los siguientes rasgos se observaron durante sus visitas a la clínica, durante cinco semanas de residencia en un hogar de acogida, y unos pocos días que se quedó en el hospital. Paul era delgado, bien formado, atractivo, su rostro parecía inteligente y animado. Tenía buena destreza manual. Rara vez respondía cuando se dirigían a él, aunque se le llamara por su nombre. En una ocasión recogió un bloque del suelo al pedírselo. Una vez copió un círculo inmediatamente después de que fuera dibujado delante de él. Algunas veces un enérgico «¡No¡» le hacía interrumpir su actividad en ese momento. Pero normalmente, cuando se le hablaba, continuaba con lo que estuviera haciendo como si no se le hubiera dicho nada. En cambio, nunca se tenía la impresión de que fuera desobediente a propósito o en sentido opuesto. Obviamente se hallaba tan distante que lo que se le decía no le llegaba. Siempre estaba ocupado de forma muy activa en algo y parecía estar sumamente satisfecho, a no ser que alguien intentara de forma persistente interrumpir las que había elegido. Entonces, primero trataba de apartarse con impaciencia, y si no lo lograba, gritaba y pataleaba completamente enfurecido.
Existía un remarcable contraste entre sus relaciones con las personas y con los objetos. Al entrar en la habitación, iba inmediatamente tras de los objetos y los utilizaba de forma correcta. No era destructivo y los trataba con cuidado, incluso con afecto. Cogió un lápiz y garabateó en un papel que encontró en la mesa. Abrió una caja, sacó un teléfono de juguete cantando una y otra vez: «Quiere el teléfono», y se paseó por la sala con el auricular y el receptor en posición correcta. Se hizo con unas tijeras y paciente y hábilmente cortó una hoja de papel en trozos pequeñitos, cantando muchas veces la frase: «Cortando papel». Cogió una locomotora de juguete y corrió alrededor de la habitación, manteniéndola en alto y cantando una y otra vez: «La locomotora esta volando». Mientras estas expresiones realizadas siempre con la misma inflexión, estaban ligadas claramente a sus acciones, emitía otras que no podían vincularse a situaciones inmediatas. Estos son algunos ejemplos: «La gente en el hotel»; « ¿Te hiciste daño en la pierna?»; «Se acabaron los caramelos, el caramelo esta vacío»; «Te caerás de la bicicleta y te golpearas la cabeza». Sin embargo, alguna de estas exclamaciones podría estar claramente relacionada con experiencias previas. Acostumbraba a decir casi a diario, «No tires al perro por el balcón». Su madre se acordaba de que le había dicho estas palabras sobre un perro de juguete cuando todavía vivían en Inglaterra. Al ver una sartén exclamaba invariablemente: «Pedro-‐comedor». La madre recordaba que esta particular asociación había comenzado cuando tenía dos años y a ella, por casualidad, se le cayó una sartén mientras le estaba recitando la rima infantil «Pedro, Pedro, comedor de calabazas». Las repeticiones de advertencias sobre lesiones corporales constituían la mayor parte de sus expresiones.
Ninguno de estos comentarios intentaba tener valor comunicativo. Por su parte, no había vínculo afectivo con las personas. Se comportaba como si la gente en sí no importara o existiera. No había ninguna diferencia entre hablarle de forma amistosa o con dureza. Nunca miraba a la cara de las personas. Cuando tenía alguna relación con los demás los trataba, o más bien trataba a las partes de ellos, como si fueran objetos. Utilizaría su mano para que le guiara. A veces, al jugar, golpeaba su cabeza contra su madre, igual que en otras ocasiones lo hacía con la almohada. Permitía que las manos de su cuidadora le vistieran, sin prestarle la más mínima atención a ella. Cuando estaba con otros chicos les ignoraba y se iba tras de sus juguetes. Su pronunciación era clara y poseía un buen vocabulario. La construcción de frases era satisfactoria, con una excepción significativa: nunca usaba el pronombre de primera persona, ni se refería a sí mismo como Paul. Todas las declaraciones relacionadas con el mismo las hacía en segunda persona, como repeticiones literales de cosas que se le habían dicho con anterioridad. Expresaría su deseo de caramelos diciendo «Tú quieres caramelos». Apartaba su mano de un radiador caliente diciendo «Tú te haces daño». En ocasiones repetía como un papagayo las cosas que se le decían. No se le pudo realizar una evaluación formal, pero ciertamente no se le podía considerar un débil mental en el sentido ordinario. Después de oír a su cuidadora bendecir la mesa tres veces, lo repitió sin error y lo recuerda desde entonces. Sabía contar y nombrar los colores. Aprendió rápidamente a identificar sus discos favoritos de entre un gran montón, y sabía ponerlos a funcionar. Su cuidadora relató numerosas observaciones que indicaban una conducta compulsiva. A menudo se masturbaba en completo abandono. Corría en círculos emitiendo frases de forma casi extasiada. Cogía una pequeña manta y la agitaba continuamente, gritando encantado «¡Ee, Ee!». Podía seguir de este modo durante largo tiempo, y se irritaba mucho si se le interrumpía. Todas estas y muchas otras cosas no eran sólo repeticiones sino que se sucedían día tras día con una similitud casi fotográfica.
Caso 5
Trajeron a Barbara K. en febrero de 1942, a los ocho años y tres meses de edad. La nota escrita por su padre afirmaba: Primera hija, nacida con normalidad el 30 de octubre de 1933. Tomó el pecho muy mal y se le dio biberón al cabo de una semana. Dejó de tomar cualquier tipo de alimentación a los tres meses. Hubo que alimentarla por intubación, cinco veces diarias, hasta el año. Después comenzó a comer, aunque con gran dificultad hasta los 18 meses. Desde entonces ha sido buena comedora, le gusta probar la comida, saborear, y ahora es aficionada a la cocina. Vocabulario normal a los dos años, pero siempre lenta a la hora de ordenar las palabras en frases. Excelente habilidad para deletrear, leer y buena escritura, pero aún tiene dificultad en la expresión verbal. El lenguaje escrito ha ayudado al verbal. No puede con la aritmética, excepto como acto memorístico. Repetitiva de bebe y obsesiva ahora: sostiene objetos en las manos, se lleva cosas a la cama, repite frases, persevera en una idea, un juego, etc., le da vueltas hasta la saciedad y pasa a otra cosa. Solía hablar utilizando «tú» para ella misma y «yo» para su madre o para mí, como si estuviera diciendo las cosas tal como haríamos nosotros al hablar con ella. Muy tímida, temerosa de lo que varía y cambia, del viento, de los animales grandes, etc. Fundamentalmente pasiva, pero a veces pasivamente obstinada. No atiende, hasta el punto de que uno se pregunta si oye (¡En efecto, oye ¡). No tiene ningún espíritu competitivo ni deseo de agradar a su profesora. Si supiera algo más que cualquier otro de la clase no daría ningún indicio de ello, simplemente se mantendría callada, quizás ni siquiera escucharía. En el campamento del verano pasado fue aceptada, aprendió a nadar, se mueve con mucha gracia en el agua (antes siempre había parecido desgarbada en sus movimientos), superó el miedo a los poneys, jugaba mejor con los niños de 5 años. Durante el campamento padeció avitaminosis y malnutrición, pero casi no se quejó verbalmente. El padre de Barbara es un eminente psiquiatra. Su madre es una mujer bien educada y amable. Un hermano menor, nacido en 1937, goza de buena salud, es despierto y esta bien desarrollado. Barbara «daba la mano» cuando se la pedían (ofreciendo la izquierda al llegar y la derecha al irse), simplemente alzando una mano sin fuerza en la dirección aproximada de la mano ofrecida por el examinador; desde luego este movimiento carecía de la intención de saludo. Durante toda la entrevista no hubo ningún indicio de contacto afectivo. Un pinchazo con un alfiler tuvo como resultado la retirada del brazo, una mirada temerosa al alfiler (no al examinador), y la emisión de la palabra « ¡Duele¡», no dirigida a nadie en particular.
No mostraba interés en la ejecución de los tests. El concepto de test, de compartir una situación o experiencia, parecía extraño para ella. Sacaba la lengua y jugaba con su mano como si lo hiciera con un juguete. Atraída por un bolígrafo del escritorio, dijo: «Bolígrafo como la tuya en casa». Despues, al ver un lápiz, preguntó: «¿Puedo llevármelo a casa?». Cuando se le respondió afirmativamente, no hizo ningún movimiento para cogerlo. Se le dio el lápiz, pero lo apartó diciendo: «No es mi lápiz». Hizo lo mismo repetidamente con otros objetos. Varias veces dijo: «Vamos a ver a mi madre» (que estaba en la sala de espera). Leía de forma excelente, terminando la historia del fuego de Binet para los 10 años en 33 segundos y sin errores, aunque era incapaz de reproducir de memoria nada de lo que había leído. En las laminas de Binet no vio (o al menos no lo demostró) ninguna acción o relación entre los elementos aislados, que enumeraba sin dificultad. Su escritura era legible. Su dibujo (hombre, casa, gato sentado sobre 6 patas, calabaza, motor) era poco imaginativo y estereotipado. Era diestra para escribir pero utilizaba la mano izquierda para todo lo demás, era zurda de pie y diestra de ojo. Sabía los días de la semana. Comenzó a nombrarlos: «Sábado, domingo, lunes», entonces dijo: «Vas a la escuela» (queriendo decir «los lunes»), y luego se detuvo como si hubiera terminado. A lo largo de todas estas actuaciones, en los que -‐a menudo tras varias repeticiones de la pregunta o de la orden obedecía casi de forma automática, garabateaba espontáneamente palabras: «naranjas»; «limones»; «plátanos»; «uvas»; «cerezas»; «manzanas»; «albaricoques»; «mandarinas»; «pomelos»; «zumo de sandía»; a voces, las palabras se entremezclaban unas con otras, y obviamente no estaban escritas para que otros las leyeran. Con frecuencia interrumpía cualquier «conversación» referente a «transportes de motor» y «montar a caballo». Ambas cosas, según su padre, le habían preocupado durante bastante tiempo. Por ejemplo, decía: «Yo vi transportes de motor»; «vi montar a caballo cuando iba al colegio». Su madre comentó: «Todo lo que sobresale de algún sitio le fascina, como una chimenea o un péndulo». Su padre había comentado con anterioridad: «una reciente curiosidad referente a lo sexual cuando nos bañamos, y un interés obsesivo por los cuartos de baño». Barbara ingresó en las Devereux Schools, donde esta haciendo algunos progresos en aprender a relacionarse con la gente. Caso 6 Virginia S. nació el 13 de septiembre de 1931, ha vivido en una escuela estatal de formación para débiles mentales desde 1936, excepto durante un mes, en 1938, en que la llevaron a una escuela de sordos para «una oportunidad educacional». La Dra. Esther L. Richard, que la vio varias veces, reconoció claramente que no era sorda ni débil mental, y escribió en Mayo de 1941: Virginia destaca de otros chicos [de la escuela de formación] porque es absolutamente diferente de cualquiera de ellos. Es pulcra y limpia, no juega con otros niños, y, en un examen a simple vista, no parece ser sorda aunque no habla. Se entretiene durante horas haciendo puzles y no se mueve hasta que no los completa. La he visto con una caja llena con las piezas de dos puzles intentando averiguar gradualmente las de cada uno. Todas las observaciones parecen indicar una anormalidad congénita, que se manifiesta como si fuese más una anormalidad de la personalidad que un defecto orgánico.
Virginia, la menor de dos hermanos era hija de un psiquiatra que decía de sí mismo (en diciembre de 1941): «Nunca me han gustado los niños, posiblemente como una reacción por mi parte a la restricción de movimientos que suponen (al viajar), y a otras interrupciones y alteraciones de menor importancia». De la madre de Virginia, su marido manifestaba: «no es de ninguna manera la madre típica. Su actitud [hacia un niño] es mas como si fuera una muñeca o un animal domestico que otra cosa». El hermano de Virginia, Philip, cinco años mayor que ella, cuando nos lo mandaron a los 15 años por una tartamudez severa, rompió a llorar al preguntarle cómo iban las cosas en casa, y sollozó: «La única vez que mi padre ha tenido algo que ver conmigo, ha sido cuando me reñía por hacer algo mal». Su madre ni siquiera contribuía a tanto. Sentía que había vivido toda su vida en una «atmósfera fría», con dos extraños inasequibles. En Agosto de 1938, el psicólogo de la escuela de formación observó que Virginia podía responder a sonidos, a su nombre, y a la orden «Mira». No presta atención a lo que se le dice, pero rápidamente comprende lo que se espera de ella. Sus ejecuciones indican discriminación, cuidado y precisión. Con los ítems no verbales del test de Binet y del Merril-‐Palmer, obtuvo un C.I. de 94. «Sin ninguna duda», comentó el psicólogo, su inteligencia es superior a esto...Es callada, seria, tranquila. No la he visto sonreír una sola vez. Se retrae en sí misma, aislándose de los demás. Parece estar en su propio mundo, ajena a todo excepto a lo que en ese momento es su centro de interés. Es fundamentalmente autosuficiente e independiente. Cuando los demás invaden su integridad, los tolera con indiferencia. No ha habido manifestaciones amistosas o de interés por las personas. Por otra parte, encuentra placer en la relación con los objetos, mostrando imaginación e iniciativa. Típicamente, no hay manifestaciones de afecto... Nota del psicólogo en octubre de 1939. Hoy Virginia se encontraba como en casa en el despacho. Recordaba (despues de más de un año) donde estaban guardados los juguetes y los cogió. No se la pudo persuadir para que participara en las pruebas, ni siquiera esperaba a las demostraciones cuando eran necesarias. Movimientos rápidos y hábiles. Ensayo y error con más discernimiento. Muy pocos movimientos inútiles. Al pasar otra vez un test inmediatamente se redujo el tiempo y el número de errores en más de la mitad. Hay veces, la mayoría, en las que esta por completo ajena a todo excepto a su inmediato foco de atención...
Enero, 1940. La mayor parte del tiempo esta callada, puesto que siempre ha trabajado y jugado sola. No ha opuesto resistencia a la autoridad ni ha causado ningún problema especial. Durante las actividades de grupo se intranquiliza pronto, se retuerce, y quiere marcharse para satisfacer su curiosidad sobre cualquier cosa en otra parte. Emite algunos sonidos vocálicos, gritando si se la reprime o si hay demasiada oposición por parte de otro niño. Murmura para sí misma, y en Diciembre le oí tararear perfectamente un villancico mientras estaba pegando cadenas de papel.
Junio, 1940. Las niñas del colegio han dicho que Virginia pronuncia algunas palabras cuando esta en la cabaña. Recuerdan que le encanta el dulce y dice «Chocolate», «Bombón», y también «Mama» y «Bebe». Cuando la examinamos, el 11 de octubre de 1942, Virginia era una chica de 11 años alta, esbelta, muy bien vestida. Respondía al llamarla, levantándose y acercándose, sin mirar nunca a la persona que la llamaba. Permaneció indiferente, mirando al espacio. A veces, como respuesta a las preguntas, murmuraba: «Mama, bebé». Cuando se formaba un grupo alrededor del piano, con un chico tocando y los otros cantando, Virginia se sentaba entre ellos, aparentemente sin percatarse siquiera de lo que estaba pasando, y daba la impresión de estar absorta en sí misma. No parecía darse cuenta de cuando los niños dejaban de cantar. Al dispersarse el grupo, no cambió su posición y pareció no notar el cambio de escena. Tenía una fisonomía inteligente, aunque sus ojos poseían una expresión vacía.
Caso 7
Herbert B. fue derivado el 5 de febrero de 1941, a los tres años y dos meses de edad. Se creía que tenía un serio retraso mental. No presentaba anormalidades físicas, exceptuando que tenía los testículos sin descender. Su electroencefalograma fue normal. Herbert nació el 16 de noviembre de 1937, dos semanas antes de término, mediante cesárea; pesó aproximadamente 3,5 kg. Vomitó toda la comida desde el nacimiento hasta el tercer mes. Despues los vómitos cesaron casi de repente, y excepto por alguna regurgitación ocasional, la alimentación continuó de forma satisfactoria. Según la madre fue «siempre lento y tranquilo». Durante un tiempo creyeron que era sordo porque «no registraba ningún cambio de expresión cuando se le hablaba o cuando había otras personas con el; tampoco hacía ningún intento de hablar o formar palabras». Sostuvo la cabeza a los cuatro meses y se sentó a los ocho, pero no intentó andar hasta los dos años, cuando de repente «empezó a caminar sin ningún gateo preliminar ni ayuda de sillas». Persistentemente rehusaba tomar líquidos en otra cosa que no fuera un recipiente de cristal.
En una ocasión, se pasó tres días en el hospital sin beber nada porque le ofrecían la bebida en tazas de metal. «Le asustaba muchísimo el agua de lluvia, los quemadores de gas y muchas otras cosas». Le contrariaba cualquier cambio en sus costumbres: «si nota algún cambio se irrita mucho y llora». Sin embargo, le encantaba subir y bajar las persianas, hacer trizas las cajas de cartón y jugar con los trocitos durante horas, y abrir y cerrar las puertas.
Los padres de Herbert se separaron poco despues de su nacimiento. El padre, psiquiatra, es descrito como «un hombre de inteligencia poco corriente, sensible, inquieto, introspectivo, que se toma a si mismo muy en serio, no interesado en las personas, mas bien viviendo aislado consigo mismo, y bebedor ocasional». La madre, médico, habla de ella misma como «vital y extrovertida, muestra interés por la gente y los niños, pero poco perspicaz con sus problemas, encuentra mucho mas fácil aceptar a los demás que tratar de comprenderlos». Herbert es el más pequeño de tres hermanos, el segundo es un chico normal y de buena salud; la mayor, Dorothy, nacida en Junio de 1934 despues de 36 horas de parto, parecía despierta y sensible de pequeña y decía muchas palabras a los 18 meses, pero al final del segundo año «no mostró mucho progreso en sus relaciones de juego o en los contactos con otras personas». Quería que la dejasen sola, danzaba en círculos, emitía extraños sonidos con la boca, e ignoraba completamente a las personas, excepto a su madre, a la que se agarraba «con pánico y agitación generalizada». (Su padre la odiaba de forma evidente). «Su lenguaje era muy pobre y carecía por completo de expresión de ideas. Tenía dificultades con los pronombres, y repetía «tú» y «yo» en vez de usarlos para las personas apropiadas». Primero se dijo que era débil mental, luego esquizofrénica, pero tras la separación de los padres, (los niños se quedaron con la madre), «se transformó». En la actualidad va a la escuela, donde avanza a buen ritmo; habla bien, tiene un C.I. de 108 y -‐ aunque sensible y moderadamente aprensiva -‐ se interesa por la gente y se lleva razonablemente bien con ella. Cuando examinamos a Herbert en su primera visita, mostraba una fisonomía notablemente inteligente y buena coordinación motora. A pesar de ciertos límites, mostraba una decisión asombrosa para la consecución de sus propios objetivos. De entre un conjunto de fichas, instantáneamente reconocía las que estaban pegadas al tablero y las que estaban sueltas y se podían quitar. Construía una torre con cubos tan alta y con la misma habilidad que cualquier otro niño de su edad, o incluso mayor. No se conseguía apartarle de las ocupaciones elegidas por él. Se enfadaba por cualquier interrupción, empujando a los intrusos (sin siquiera mirarlos), o gritando si sus empujones no surtían efecto. Le vimos de nuevo a los cuatro años y siete meses, y otra vez a los cinco años y dos meses. Todavía no hablaba. En ambas ocasiones entró en la sala sin prestar la más mínima atención a las personas que estaban en ella. Se dirigió al tablero de formas de Seguin e inmediatamente se puso a colocar las figuras en sus correspondientes espacios, sacándolos de un modo hábil y rápido. Cuando le tocaban las figuras lloriqueaba con impaciencia. Cuando se le retiraba sigilosamente alguna figura, notaba su ausencia de inmediato y se enfadaba, aunque se le olvidaba nada mas reponerla. A veces, tras calmarse de la rabieta originada por retirarle el tablero de formas, saltaba por el sofá con una expresión de éxtasis en su cara. No respondía cuando se le llamaba o se le dirigía otro tipo de palabras. Estaba completamente absorto en lo que hacía en ese momento. Nunca sonreía. De vez en cuando emitía sonidos inarticulados de una forma monótona y cantarina. En una ocasión, acarició con suavidad la pierna de su madre y le tocó con los labios. Muy frecuentemente se llevaba a la boca piezas de madera y otros objetos. Existía una conducta fotográfica ( ¿) durante las dos visitas, con una importante diferencia de que a los cuatro años mostraba aprensión, se retraía cuando se encendía una cerilla, mientras que a los cinco años reaccionaba saltando con gran entusiasmo.
Caso 8
A Alfred L. le trajo su madre en noviembre de 1935, a la edad de tres años y medio, con la siguiente queja: Gradualmente ha mostrado una marcada tendencia hacia el desarrollo de un interés especial que domina completamente sus actividades diarias. No habla de nada mas mientras exista ese interés. Se impacienta si no puede dedicarse a él (quiere verlo, estar en contacto, dibujarlo), y es difícil obtener su atención a causa de su preocupación... También manifestó el problema de una excesiva fijación al mundo de los objetos, y fracasó en desarrollar conciencia social. Alfred nació en mayo de 1932, tres semanas antes de término. Durante los dos primeros meses, «su alimentación causó una considerable preocupación, pero despues ganó peso rápidamente y llegó a ser un bebé excepcionalmente grande y vigoroso». Se sentó a los cinco meses y anduvo a los 14. El desarrollo del lenguaje fue lento. No parecía tener interés en el. Rara vez cuenta experiencias. Todavía confunde los pronombres. Nunca hace preguntas en forma de pregunta (con la inflexión adecuada). Desde que habla tiende a repetir una y otra vez una palabra o frase. Casi nunca dice una frase sin repetirla. Ayer, mirando un dibujo, dijo muchas veces: «Algunas vacas están en el agua». Contamos cincuenta repeticiones, despues se paró tras algunas más y volvió a empezar. Tenía un montón de «preocupaciones»: Se inquieta cuando ponemos a tostar el pan, y le da miedo que este se queme y le haga daño. Se disgusta frente a la puesta del sol. Se disgusta porque la luna no aparece siempre en el cielo por la noche. Prefiere jugar solo; se aparta de un aparato tan pronto como se acerque otro niño. Le gusta hacer cosas con cajas grandes (por ejemplo, un tranvía) y no quiere que nadie se suba o le moleste. Cuando se le impidió la conducta infantil de chuparse el dedo gordo mediante dispositivos mecánicos, lo dejó pero en su lugar se metía diversos objetos en la boca. En varias ocasiones, encontraron piedrecillas en sus deposiciones. Poco antes de su segundo cumpleaños se tragó el algodón de un conejillo de pascua, aspirando parte del algodón, de manera que le tuvieron que hacer una traqueotomía. Pocos meses más tarde se tragó queroseno, «aunque sin efectos nocivos». Alfred era hijo único. Su padre, que tenía 30 años cuando nació, «no se lleva bien con la gente, es suspicaz, fácil de herir e irritable, hay que arrastrarle para visitar a sus amigos, pasa su tiempo libre leyendo, dedicándose al jardín y pescando». Es químico y graduado en una escuela de derecho. La madre, de la misma edad, es «psicóloga clínica», muy obsesiva y nerviosa-‐ Los abuelos paternos murieron pronto. El padre fue adoptado por un sacerdote. El abuelo materno, psicólogo, era extremadamente obsesivo, tenía numerosos tics, y le daba por «lavarse continuamente las manos, tener pensamientos obsesivos, temor a estar solo y temor a un ataque cardiaco». La abuela «una persona nerviosa y explosiva, ha dado conferencias, ha publicado varios libros y es una pertinaz jugadora de solitarios, muy preocupada por los asuntos de dinero». Un tío materno frecuentemente se escapaba de casa y de la escuela, se enroló en los marines, y más tarde «se adaptó espléndidamente al comercio».
La madre abandonó al marido dos meses despues del nacimiento de Alfred. El niño ha vivido con ella y con los abuelos maternos. «En la casa hay una guardería y un jardín de infancia (dirigidos por la madre), que crea cierta confusión al chico». Alfred no vio a su padre hasta que tuvo tres años y cuatro meses, al decidir la madre que «debería conocer a su padre» y «dio los pasos necesarios para que el padre viniera a ver al niño». Al entrar en el despacho Alfred no prestó atención al examinador. Inmediatamente localizó un tren en el armario de los juguetes, lo saco, enganchó y desenganchó los vagones de una forma lenta y monótona. Estuvo diciendo muchas veces: «Mas tren -‐mas tren -‐mas tren». «Contaba» repetidamente las ventanas de los vagones: «una, dos ventanas-‐una, dos ventanas-‐una, dos ventanas-‐cuatro ventana, ocho ventanas, ocho ventanas». No hubo forma de apartar su atención de los trenes. Se intentó pasar el test de Binet en una habitación donde no había trenes. Fue posible, con muchas dificultades, sacarle de sus preocupaciones de vez en cuando. Por fin obedeció la mayoría de las veces, de un modo que indicaba que quería deshacerse de tal intrusión; esto se repitió con cada ítem individual de la tarea. Finalmente obtuvo un C.I. de 140. Su madre no le volvió a traer despues de su primera visita, debido a «su continuo malestar frente a un miembro de la profesión médica». En agosto de 1938, a petición nuestra, envió un informe escrito de su desarrollo. De este informa citamos los siguientes pasajes: Le llaman lobo solitario. Prefiere jugar solo y evita los grupos de niños cuando juega. No presta atención a los adultos, excepto cuando quiere que le cuenten un cuento. Evita la competición. Se lee historias sencillas a sí mismo. Tiene mucho miedo de hacerse daño, habla mucho sobre el uso de la silla eléctrica. Le dan ataques de pánico cuando alguien por casualidad le tapa la cara. Volvimos a ver a Alfred en junio de 1941. Sus padres habían decidido vivir juntos. Antes de eso, el chico había estado en once escuelas diferentes. Había guardado cama a menudo debido a resfriados, bronquitis, varicela, infecciones de estreptococos, erupciones y una enfermedad vagamente descrita, que la madre -‐ en contra de lo que pensaban varios pediatras -‐ insistió en que era «fiebre reumática». Mientras estuvo en el hospital, parece que se comportó «como un paciente maníaco». A la madre le gusta llamarse psiquiatra y hacer diagnósticos «psiquiátricos» del niño. De su informe, en el que combinaba la enumeración excesiva de ejemplos detallados con «explicaciones» que intentaban probar la «normalidad» de Alfred, se reunió la información siguiente. Había empezado a jugar con niños más pequeños que él, «utilizándoles como muñecos -‐eso es todo-‐». Le habían atiborrado con música, teatro y recitales, y poseía una excelente memoria mecánica. Aún estaba «terriblemente absorbido en su juego», no quería gente a su alrededor, simplemente no podía relajarse: Tenía muchos miedos, casi siempre relacionados con ruidos mecánicos (picadoras de carne, aspiradores, tranvías, trenes, etc.). A menudo acaba con un interés obsesivo por las cosas que le dan miedo. Ahora le da miedo el tono agudo del ladrido de los perros. Alfred estuvo extremadamente tenso durante toda la entrevista y con un aspecto muy serio, hasta tal punto que, de no ser por su voz juvenil, podría haber dado la impresión de un pequeño viejo preocupado y atormentado. Al mismo tiempo, estaba muy inquieto y mostraba una considerable urgencia en el habla, que no tenía ninguna connotación personal, sino que consistía en preguntas obsesivas sobre ventanas, sombras, cuartos oscuros, en especial la sala de rayos X. Nunca sonreía. Ningún cambio de tema le podía apartar del de la luz y la oscuridad. Pero, mientras tanto, contestó a las preguntas del examinador, las cuales a menudo tenían que ser repetidas varias veces, y a las que en ocasiones respondía como resultado de un pacto – “Tú respondes mi pregunta, y yo responderé a las tuyas». Era concienzudamente específico en sus definiciones. Un globo «esta hecho de un revestimiento de goma y tiene aire dentro, y algunos tienen gas, y a veces suben por el aire, y a veces se sostienen arriba, y cuando tienen un agujero explotan. ¿No es cierto? Un tigre «es una cosa, animal, rayado, como un gato, puede arañar, se come a la gente, salvaje, vive en la jungla y a veces en la selva, pero mayormente en la jungla. ¿No es cierto?» Esta pregunta «¿No es cierto?» la hacía, definitivamente, con la intención de que se contestara; tenía un serio deseo de que le asegurasen que la definición era suficientemente completa. Con frecuencia manifestaba confusión respecto a los significados de las palabras. Cuando se le mostraba un dibujo y se le preguntaba: « ¿Acerca de que trata este dibujo?», respondía: «Gente moviéndose”. En una ocasión se detuvo y preguntó, muy perplejo, por qué estaba impreso The Johns Hopkins Hospital en todas las hojas del historial: « ¿Por qué tienen que ponerlo?». Este era para él un problema de gran importancia, que requería pensarlo y discutirlo mucho. Ya que los historiales se hacían en el hospital, ¿por qué había que poner el nombre en cada hoja, si la persona que escribía en ellas sabía dónde estaba escribiendo? El examinador, del que se acordaba muy bien de su visita seis años antes, era para él ni más ni menos que la persona de la que esperaba las respuestas a sus preguntas obsesivas sobre la oscuridad y la luz. Caso 9 La madre trajo a Charles N. el 2 de febrero de 1943, a los cuatro años y medio de edad, con la principal queja de que «lo que más me molesta es que no puedo comunicarme con mi pequeño». Comenzó su informe diciendo: «Estoy intentando firmemente que mis observaciones no se basen en conocimientos profesionales, que se han instalado ya en mi propia manera de pensar». De bebe el niño era inactivo, «lento y flemático». Permanecía tumbado en la cuna mirando sin más. Actuaba como si estuviera hipnotizado. Parecía concentrarse en hacer una sola cosa cada vez. Sospecharon de hipotiroidismo y le dieron extractos de tiroides, sin cambio alguno en su condición general.
Su placer y aprecio por la música me animaron a ponerle discos. Cuando tenía un año y medio, podía discriminar entre 18 sinfonías. Reconocía al compositor tan pronto como empezaba el primer movimiento. Decía «Beethoven». A la misma edad más o menos, comenzó a hacer girar juguetes, tapones de botellas y de tarros, a todas horas. Tenía una gran destreza manual para girar cilindros. Los miraba, se excitaba muchísimo y saltaba extasiado. Ahora esta interesado en reflejar la luz de los espejos y en atrapar los reflejos. Cuando tiene interés en algo, no puedes modificarlo. No presta la menor atención si yo entrase en la habitación... Lo más impresionante es su distanciamiento e inaccesibilidad. Camina como una sombra. Vive en su propio mundo, donde no puede ser alcanzado. No se relaciona con las personas. Pasó una temporada citando a otra persona; nunca ofrece nada por iniciativa propia. Toda su conversación consiste en una réplica de lo que se le ha dicho. Solía hablar de sí mismo en segunda persona, ahora utiliza la tercera persona a veces; diría: «Quiere» -‐ nunca «Quiero». Es destructivo, a los muebles de su habitación parece que les faltan trozos. Rompe un lápiz de color morado por la mitad y dice: «Tenías un bonito lápiz de color morado y ahora esta en dos trozos. Mira lo que has hecho». Se obsesionó con las heces. Las escondía en cualquier parte (por ejemplo, en cajones), me tomaba el pelo si yo entraba en la habitación, «Te ensuciaste los pantalones y ahora no podrás tener tus lápices de colores». Como resultado de esto, todavía no esta entrenado en el uso del W.C. Nunca se mancha en la guardería. Siempre lo hace cuando viene a casa. Lo mismo sucede con la micción. Esta orgulloso de mojarse, salta embelesado y dice: «Mira el gran charco que ha hecho». Cuando esta con otras personas no las mira. En el pasado mes de Julio tuvimos gente en casa. Cuando Charles entraba era como si a un potro se le hubiera dejado salir del encierro. No les prestaba atención, pero notaba su presencia. Al imitar una voz y al cantar, algunos no notaban ninguna anormalidad en el niño. En la escuela nunca se involucra en un grupo, permanece separado del resto de los niños, excepto cuando esta en la asamblea; si hay música se sitúa en primera fila y canta. Tiene una memoria maravillosa para las palabras. Su vocabulario es bueno, a excepción de los pronombres. Nunca inicia una conversación, siendo esta limitada y referida únicamente a los objetos. Charles nació normalmente, era un hijo planificado y deseado. Se sentó a los seis meses y anduvo antes de los 15 «simplemente se puso de pie y comenzó a andar un día, sin gateo previo». No ha tenido ninguna de las enfermedades típicas de la infancia. Charles es el mayor de tres hermanos. El padre, bachiller superior, es comerciante de ropa; se le describe como «una persona hecha a sí misma, amable, tranquila y placida». La madre tiene «un próspero negocio, un despacho de reserva de entradas de teatro en Nueva York, de una notable ecuanimidad». Los otros dos hijos tenían 28 y 14 meses cuando Charles visitó la Clínica. La abuela materna, «muy dinámica, enérgica, hiperactiva, casi hipomaniaca», ha escrito y compuesto alguna cosa. Una tía materna, «psiconeurótica, muy brillante, propensa a los ataques de histeria», ha escrito poemas y canciones. De otra tía se decía que era «la amazona de la familia». Un tío materno, psiquiatra, tiene un considerable talento musical. A los familiares paternos se les describe como «gente normal y corriente».
Charles era un chico bien desarrollado, de aspecto inteligente, que gozaba de buena salud física. Usaba gafas. Cuando entró en la consulta no prestó la menor atención a las personas allí presentes (tres médicos, su madre y su tío). Sin mirar a nadie, dijo: «Dame un lápiz », cogió un papel de la mesa y escribió algo parecido al número dos (un gran calendario de mesa mostraba de forma destacada el número dos; el día era el 2 de febrero). Había traído consigo un número del Readers Digest, y estaba fascinado con la foto de un bebé. Dijo: «Mira el gracioso bebé» innumerables veces, añadiendo en ocasiones: « ¿No es gracioso? ¿No es dulce?».
Cuando se le quitó el libro luchó con la mano que lo agarraba, sin mirar a la persona que se lo había cogido. Al pincharle con un alfiler dijo: «¿Qué es esto?», y contestó a su propia pregunta: «Es una aguja». Miró tímidamente al alfiler apartándose de futuros pinchazos, pero en ningún momento pareció relacionar el pinchazo con la persona que lo sostenía. Cuando se le quitó el Readers Digest tirándolo al suelo y poniendo un pie encima de él, trató de quitar el pie como si fuera otro objeto suelto que interfería su objetivo, de nuevo sin mostrar ninguna preocupación por la persona a la que el pie pertenecía. Una vez se volvió hacia su madre y dijo acaloradamente: «Dáselo a ti ». Al presentarle el tablero de formas de Seguin, se interesó principalmente por los nombres de las formas antes de colocarlas en los huecos correspondientes. A menudo hacía girar las formas, saltando con excitación mientras se movían. Toda su ejecución fue muy repetitiva. Nunca utilizó el lenguaje como medio de comunicación con las personas. Recordaba nombres, como: «octágono», «rombo», «figura rectangular», pero a pesar de todo seguía preguntando: « ¿Qué es esto?». No respondía cuando se le llamaba, y no miraba a su madre cuando ella le hablaba. Al quitarle los cubos, chilló, pataleó y lloro, «Te lo daré» (queriendo decir «dámelo). Era muy hábil en sus movimientos. Charles ingresó en las Devereux Schools. Caso 10 A John F. le vimos por primera vez el 13 de febrero de 1940, a la edad de dos años y cuatro meses. El padre dijo: «Lo que más me preocupa es la dificultad en la alimentación, esto es lo esencial, y, en segundo lugar, su lentitud en el desarrollo. Durante los primeros días de vida no tomó el pecho de forma satisfactoria. Despues de 15 días se le cambió al biberón, pero tampoco lo tomaba bien. Es una larga historia la referente a la comida. Hemos intentado absolutamente todo. Ha sido siempre inmaduro. A los 20 meses comenzó a andar. Se chupa el pulgar y rechina los dientes con frecuencia, y se balancea de lado a lado antes de dormirse. Si no hacemos lo que quiere grita y chilla». John nació el 19 de septiembre de 1937; pesó casi 4 kg. Sufrió frecuentes hospitalizaciones debido a los problemas de alimentación. No le encontraron ningún problema físico, excepto que la fontanela anterior no se cerró hasta los dos años y medio. Padeció repetidos resfriados y una otitis media, que requirió una miringotomía bilateral.
John fue hijo único hasta febrero de 1943. El padre, psiquiatra, es «una persona muy placida y tranquila, emocionalmente estable, el elemento apaciguador de la familia». La madre, bachiller superior, trabajó de secretaria en un laboratorio de patología antes de casarse. «Es un tipo de persona hipomaniaca; lo ve todo como un espécimen patológico en vez de normal; durante el embarazo estuvo muy aprensiva, con temor a no sobrevivir al parto». La abuela paterna es «obsesiva con la religión, y se lava las manos cada pocos minutos». El abuelo materno era contable. A John le trajeron a la consulta sus padres. Anduvo dando vueltas por la habitación, constantemente y sin rumbo fijo. Excepto en el garabateo espontaneo nunca relacionaba conjuntamente dos objetos. No respondió a las órdenes más simples, salvo cuando sus padres, con mucha dificultad, obtuvieron los gestos de adiós, de palmitas y del escondite, realizados con torpeza. Su actitud habitual hacia los objetos era arrojarlos al suelo. Tres meses despues su vocabulario mostraba una notable mejora, aunque su articulación era defectuosa. Se describieron tendencias obsesivas leves, como apartar la primera cucharada que se le daba de cada plato. Sus excursiones por la consulta eran ligeramente más intencionales. Al final de su cuarto año era capaz de entablar un tipo muy limitado de contactos afectivos, y solamente con un número muy reducido de personas. Una vez que tal relación se había establecido tenía que continuar exactamente en los mismos términos. Construía frases elaboradas y gramaticalmente correctas, pero empleaba el pronombre de la segunda persona al referirse a sí mismo. Utilizaba el lenguaje no como medio de comunicación, sino principalmente como repetición de cosas que había oído, sin alterar el pronombre personal. Tenía una marcadísima tendencia a obsesionarse. Las rutinas diarias debían realizarse rígidamente; el más leve cambio ocasionaba estallidos de pánico. Hacia infinitas repeticiones de frases. Poseía una excelente memoria mecánica y podía recitar muchas oraciones, rimas infantiles y canciones «en diferentes idiomas»; la madre hizo mucho hincapié en este aspecto y estaba orgullosa de estos «logros»: «Puede distinguir los discos por el color, y si identifica una cara del disco, recuerda lo que hay en la otra». A los cuatro años y medio empezó progresivamente a utilizar los pronombres de forma correcta. Aunque su interés directo se centraba únicamente en los objetos, se esforzó mucho para atraer la atención del examinador (la Dra. Hilde Bruch), y en obtener sus elogios. En cualquier caso, nunca se dirigió a ella directa y espontáneamente. Quería asegurarse de la invariabilidad del entorno manteniendo, literalmente, las puertas y ventanas cerradas. Cuando su madre abrió la puerta «para cortar su obsesión», se puso violento para cerrarla de nuevo, y finalmente, al interferirle otra vez, rompió a llorar desconsoladamente y totalmente frustrado.
Se disgustaba muchísimo si veía algo roto o incompleto. Advirtió dos muñecas a las que antes no había prestado atención. Vio que una de ellas no tenía sombrero y se agitó mucho, deambulando por la habitación en su busca. Cuando se trajo el sombrero de otro cuarto, perdió inmediatamente todo interés por las muñecas. A los cinco años y medio tenía un buen dominio del uso de los pronombres. Había empezado a comer solo satisfactoriamente. Vio una fotografía de grupo en el despacho y preguntó a su padre: « ¿Cuando van a salir de la foto y entrar aquí?» Lo decía muy seriamente. Su padre comentó algo acerca de los cuadros que tenían en casa en la pared. Esto molestó a John en cierta forma. Corrigió a su padre: «Los tenemos cerca de la pared» («en» aparentemente significaba para el «en lo alto de» o «encima de»). Al ver un penique mencionó «Penique. Eso es donde se juega a los bolos». Le habían dado peniques cuando tiraba los bolos jugando con su padre en casa. Vio un diccionario y dijo a su padre: «¿Es ahí donde dejaste el dinero?». En una ocasión, su padre había guardado dinero en un diccionario y pidió a John que se lo dijera a su madre. Su padre silbó una melodía y John, de manera instantánea y correcta, la identificó como «el concierto para violín de Mendelssohn». Aunque describía las cosas como grandes o bonitas, era totalmente incapaz de hacer comparaciones (« ¿Cuál es la línea más grande? ¿La cara más bonita?», etc.). En diciembre de 1942 y enero de 1943 tuvo dos series de convulsiones, con predominio del lado derecho, acompañadas de desviación de los ojos a la derecha y parálisis temporal del brazo derecho. El examen neurológico no mostró anormalidades. El fondo de ojo era normal. El electroencefalograma indicaba «Alteración focal en la región occipital izquierda», pero «una buena parte del registro no se pudo leer debido a las continuas interferencias, causadas por la falta de colaboración del niño». Caso 11 A Elaine C. la trajeron sus padres el 12 de abril de 1939, a la edad de siete años y dos meses, a causa de «un desarrollo anormal»: «No se adapta. Vive abstraída. No entiende los juegos de los otros niños; no mantiene interés en las historias que se le leen; deambula y camina en solitario; le gustan mucho los animales, ocasionalmente los imita, andando a cuatro patas y emitiendo ruidos extraños». Elaine nació el 3 de febrero de 1932, a término. Parecía saludable, aceptó bien la alimentación, se sostuvo de pie a los 7 meses y caminó antes del año. Decía cuatro palabras al final de su primer año, pero no hizo ningún progreso en el desarrollo del lenguaje durante los siguientes cuatro años. Se sospechó de sordera pero se descartó. A los 13 meses, debido a una enfermedad febril, se interpretaron sus crecientes dificultades como un posible trastorno postencefalico. Otros acusaron a la madre de tratar a la niña inadecuadamente.
Otro diagnóstico fue el de debilidad mental. Durante 18 meses le dieron preparados para la pituitaria anterior y la tiroides. «Algunos médicos», sorprendidos por su fisonomía inteligente, «pensaron que era normal y dijeron que mejoraría con la edad». A los dos años la enviaron a un jardín de infancia, donde «iba independientemente a su aire, sin hacer lo que los demás hacían. Por ejemplo, cuando les estaban enseñando a cuidar las flores se bebía el agua y se comía la planta». Desarrolló un temprano interés por los dibujos y fotografías de animales. Aunque normalmente era inquieta, permanecía concentrada durante horas mirando dichos dibujos, «especialmente los grabados».
Cuando empezó a hablar, aproximadamente a los cinco años, comenzó con frases completas, aunque simples, que eran «frases mecánicas», no relacionadas con la situación del momento, o relacionadas de manera peculiar y metafórica. Tenía un vocabulario excelente, sabía en especial los nombres y «clasificaciones» de animales. No empleaba los pronombres correctamente, pero utilizaba bien los plurales y los tiempos verbales. «No sabía usar las formas negativas, aunque reconocía su significado cuando otros las usaban». Había muchas, peculiaridades en su relación con las situaciones: Sabe contar mecánicamente. Puede poner la mesa para mucha gente, si se le dan los nombres o si son numeradas de algún modo, pero no sabe poner la mesa «para tres». Si se la manda a por un objeto específico a un lugar concreto, no es capaz de traerlo si esta en otro sitio, aunque este a la vista. «Se asustaba» de los ruidos y de cualquier cosa que se moviera alrededor de ella. Tenía tanto miedo del aspirador que ni siquiera se acercaba al armario en el que estaba guardado, y, cuando lo utilizábamos, salía corriendo al garaje, tapándose los oídos con las manos. Elaine era la mayor de dos hermanos. Su padre, de 36 años, estudió Derecho y Humanidades en tres Universidades (incluida la Sorbona). Era publicista, «una de esas personas crónicamente delgadas, de una energía nerviosa que se manifiesta de forma rápida». Anteriormente había sido editor de una revista. La madre, de 32 años, una «persona con autocontrol, plácida, lógica», había hecho trabajo editorial para una revista antes de casarse. El abuelo materno era editor de un periódico, la abuela era «emocionalmente inestable». A Elaine le había examinado un psicólogo de Boston cuando tenía casi siete años. El informe constataba entre otras cosas: Su actitud ante el examinador se mantuvo vaga y distante. Incluso cuando la molestaba poniéndole algún obstáculo, empujaba enérgicamente a un lado la mesa o la mano que la estuviera reteniendo con un grito, pero nunca hizo ninguna petición personal de ayuda o compasión. En los momentos favorables era competente manejando los lápices de colores o juntando piezas para formar imágenes de animales. Podía nombrar una amplia variedad de imágenes, incluyendo elefantes, caimanes y dinosaurios. Utilizaba el lenguaje estructurado en frases simples, pero rara vez contestaba a una pregunta directa. Mientras juega repite una y otra vez frases que son irrelevantes a la situación inmediata. Físicamente la niña tenía buena salud. Su electroencefalograma era normal.
Cuando la examinamos en abril de 1939, estrechó la mano del médico cuando se le pidió, sin mirarle; despues corrió hacia la ventana y miró hacia afuera. Automáticamente atendió a la sugerencia de sentarse. Su reacción a las preguntas -‐tras varias repeticiones-‐ era repetirlas con ecolalia, o si la pregunta era demasiado larga, repetir la parte final. No tuvo un contacto real con las personas en la consulta. Su expresión era sosa, aunque no de falta de inteligencia, y no utilizaba gestos para la comunicación. En una ocasión, sin cambiar de fisonomía, dijo de repente: «Los peces no lloran». Despues de un rato, se levantó y salió de la habitación sin pedir permiso o mostrar temor.
La internaron en la Child Study Home de Maryland, donde estuvo tres semanas y fue examinada por los doctores Eugenia S. Cameron y George Frankl. Mientras permaneció allí, aprendió rápidamente los nombres de todos los niños, sabía el color de sus ojos, la cama en la que dormía cada uno, y muchos otros detalles sobre ellos, pero nunca estableció relación con ellos. Cuando la llevaban al patio se irritaba mucho y corría a su habitación. Era muy inquieta pero cuando se le permitía ver las imágenes, jugar sola con los cubos, dibujar o ensartar cuentas, podía estar entretenida ella sola tranquilamente durante horas. Cualquier ruido o interrupción le molestaban. Una vez, estando sentada en el W.C., oyó un golpe en las tuberías; durante varios días despues, incluso poniéndole un orinal en su cuarto, no hizo de vientre, esperando escuchar ansiosamente el ruido. A menudo emitía frases estereotipadas, como por ejemplo: «Los dinosaurios no lloran»; «Cangrejos, tiburones, peces y rocas»; «Los cangrejos y los tenedores viven en las barriguitas de los niños»; «Las mariposas viven en los estómagos de los niños, y también en sus calzoncillos»; «Los peces tienen dientes afilados y muerden a los niños pequeños»; «Hay una guerra en el cielo»; «Rocas y peñascos, matare» (agarrando la manta y golpeándola contra la cama); «Las gárgolas muerden a los niños y beben aceite»; «Aplastaré a la vieja lombriz, muerde a los niños» (rechinando los dientes y dando vueltas en círculo muy excitada); «Las gárgolas tienen bolsas de leche»; «Cabeza de alfiler. Pipí rosa. Tienes la pierna amarilla. Cortando el ciervo muerto. Ciervo venenoso. Pobre Eileen. No hay renacuajos en la casa. Los hombres rompieron la pierna del ciervo» (mientras recortaba de un libro el dibujo de un ciervo); «Tigres y gatos»; «Focas y salamandras»; «Osos y zorros». A continuación se presentan unos extractos de las observaciones: Su lenguaje siempre tiene la misma cualidad. Su habla nunca va acompañada de expresiones faciales o gestos. No mira a la cara. Su voz tiene una peculiar falta de modulación, como áspera; articula las palabras de forma abrupta. Sus producciones son impersonales. Nunca utiliza los pronombres personales de la primera y segunda persona correctamente. No parece capaz de captar el significado de las palabras. Su gramática es inflexible. Utiliza las frases tal y como las oye, sin adaptarlas gramaticalmente a la situación del momento. Cuando dice «quiero que yo dibuje una araña», quiere decir «quiero que tú dibujes una araña». Afirma repitiendo una pregunta literalmente, y niega no haciendo caso.
Su habla raramente es comunicativa. No tiene relación con los niños, nunca ha hablado con ellos para entablar amistad o para jugar. Se mueve entre ellos como un ser extraño, como uno se mueve entre los muebles de la habitación.
Insiste siempre en repetir la misma rutina. Su interrupción es una de las causas más frecuentes de las rabietas. Sus propias actividades son simples y repetitivas. Puede pasarse horas en una especie de ensoñación y parece encontrarse muy feliz así. Muestra inclinación por los movimientos rítmicos, que siempre son masturbatorios. Se masturba más en periodos de excitación que durante los momentos de calma.... Sus movimientos son rápidos y hábiles.
Elaine ingresó en una escuela privada de Pennsylvania. En una carta reciente el padre nos informó de unos «cambios bastante sorprendentes»: Es una chica alta y fuerte, con ojos claros que hace tiempo que han perdido todo rastro de aquella fiereza animal que periódicamente mostraba en la época en que usted la conoció. Habla bien sobre casi cualquier tema, aunque con una entonación un poco rara. En su conversación todavía divaga, a menudo con un toque divertido, y es sólo ocasional, deliberada e informativa. Lee muy bien pero rápido, mezclando palabras, sin pronunciar claramente y sin hacer los énfasis adecuados. Su gama de información es realmente muy amplia, y su memoria casi infalible. Es obvio que Eileen no es «normal». El fracaso en cualquier cosa le lleva a un sentimiento de derrota, de desesperanza y a una momentánea depresión. DEBATE Los once niños (ocho chicos y tres chicas), cuyos historiales han sido brevemente presentados, ofrecen, como era de esperar, diferencias individuales en el grado del trastorno, en la manifestación de rasgos específicos, en el entorno familiar, y en su evolución en el curso de los años. Pero incluso una rápida revisión del material hace inevitable que surjan una serie de características comunes esenciales. Estas características conforman un único «síndrome», no referido hasta el momento, que parece bastante excepcional, aunque probablemente sea más frecuente de lo que indica la escasez de casos observados. Es muy posible que algunos de ellos hayan sido considerados como débiles mentales o esquizofrénicos. De hecho, varios niños del grupo nos fueron presentados como idiotas o imbéciles. Uno todavía reside en una escuela estatal para débiles mentales, y dos habían sido considerados anteriormente como esquizofrénicos. El desorden fundamental, «patognomónico», sobresaliente, es su incapacidad para relacionarse de forma normal con las personas y situaciones desde el comienzo de su vida. Sus padres decían de ellos que siempre habían sido «autosuficientes»; «encerrados en su concha»; «más feliz cuando se le deja sólo»; «actuando como si la gente no estuviera allí»; «totalmente ajeno a todo lo que le rodeaba»; «dando la impresión de un saber silencioso»; «fracasando en el desarrollo de la conciencia social»; «actuando casi como si estuviera hipnotizado». Esto no es, como en el caso de los niños o adultos esquizofrénicos, una desviación de una relación inicialmente presente, no es una «retirada» de una participación que existía con anterioridad. Desde el principio hay una soledad autística extrema que cuando es posible no tiene en cuenta, ignora, impide entrar cualquier cosa que llegue al niño desde el exterior. El contacto físico directo o los movimientos o ruidos que amenacen romper la soledad, son tratados bien como «si no estuvieran allí», o si esto ya no es suficiente, sentidos dolorosamente como una interferencia penosa.
De acuerdo con Gesell, el niño normal, a los 4 meses de edad, realiza un ajuste motor anticipatorio mediante la tensión facial y una actitud de encogimiento de hombros, cuando se le levanta de una mesa o se le coloca sobre ella. Gesell comentó: Es posible que una evidencia menos clara de tal ajuste pueda encontrarse tan tempranamente como en el periodo neonatal. Aunque un hábito debe ser condicionado por la experiencia, la oportunidad para la experiencia es casi universal, y la respuesta es suficientemente objetiva como para merecer ulterior observación y registro. Esta experiencia universal es suministrada por la frecuencia con que la madre y otras personas cogen al niño. Es pues altamente significativo, que casi todas las madres de nuestros pacientes recordaran su asombro por el fracaso de los niños para asumir una postura anticipatoria, preparatoria para ser cogidos. Un padre se acordaba de que su hija (Barbara) durante años no cambió lo más mínimo su fisonomía o posición cuando los padres, al volver a casa tras unas horas de ausencia, se acercaban a la cuna hablándole y preparándose para cogerla. El niño normal aprende durante los primeros meses a adaptar su cuerpo a la postura de la persona que lo sostiene. Nuestros niños no fueron capaces de hacerlo durante dos o tres años. Tuvimos la oportunidad de observar a Herbert, a los 38 meses de edad, en tal situación. Su madre adecuadamente le informó de que le iba a levantar, extendiendo los brazos en su dirección. No hubo respuesta. Procedió a levantarlo y él le permitió hacerlo, permaneciendo completamente pasivo como si fuera un saco de harina. Fue la madre quien tuvo que realizar todo el ajuste. En ese momento Herbert era capaz de sentarse, permanecer de pie y caminar. Ocho de los once niños adquirieron la habilidad de hablar o a la edad normal o con algún retraso. Tres (Richard, Herbert, Virginia) han permanecido «mudos» hasta ahora. En ninguno de los ocho niños que «hablan», el lenguaje ha servido durante una serie de años para transmitir significados a otras personas. Con la excepción de John F. podían efectuar una articulación y una fonación claras. La nominación de objetos no presentaba ninguna dificultad; incluso aprendían y retenían palabras largas y poco usuales con una facilidad considerable. Casi todos los padres informaron, normalmente con orgullo, que los niños habían aprendido a repetir, a una edad temprana, un número extraordinario de rimas infantiles, listas de animales, la lista de presidentes, el alfabeto hacia adelante y hacia atrás, e incluso canciones de cuna en un idioma extranjero (francés). Aparte de recitar frases contenidas en poemas ya hechos u otras piezas recordadas, transcurrió mucho tiempo antes de que empezaran a unir palabras. En vez de eso, el «lenguaje» consistía principalmente en «nombrar», en nombres identificando objetos, adjetivos indicando colores y números que no indicaban nada específico. Su excelente memoria mecánica junto con la incapacidad para utilizar el lenguaje de cualquier otra forma, a menudo condujo a los padres a atiborrarles de más y más versos, nombres zoológicos y botánicos, compositores y títulos de discos, y cosas similares. Por lo tanto, desde el principio, el lenguaje -‐que los niños no usaban con propósito comunicativo-‐ se fue desviando en gran medida hacia un ejercicio de memoria, autosuficiente, semántico y de conversación, sin valor o muy distorsionado. Para un niño de dos o tres años todas estas palabras, números y poemas («Preguntas y respuestas del Catecismo Presbiteriano»; «el Concierto para Violín de Mendelssohn»; «el Salmo XXIII»; una nana francesa; una página del índice de una enciclopedia) apenas podrían tener más significado que las series de sílabas sin sentido para los adultos. Es difícil saber con certeza si el saturarles con estas cosas ha contribuido esencialmente al curso de la condición psicopatológica. También es difícil imaginar que no haya afectado profundamente al desarrollo del lenguaje como una herramienta para recibir o impartir mensajes significativos.
Por lo que a las funciones comunicativas del habla se refiere, no hay diferencias fundamentales entre los ocho niños que hablan y los tres que no hablan. La cuidadora de Richard le oyó decir casualmente «buenas noches» de manera clara. El justificado escepticismo sobre esta observación se disipó más tarde, al ver en la consulta a este niño «mudo» gesticulando con la boca para repetir silenciosamente palabras, cuando se le pidió que dijera ciertas cosas. A la «muda» Virginia -‐como insistían sus compañeros del albergue se le oyó decir repetidamente «chocolate»; «bombón»; «mama»; «bebé». Cuando finalmente se forman frases son, durante mucho tiempo, principalmente repeticiones, como loros, de combinaciones de palabras oídas. A veces, son repetidas inmediatamente, pero a menudo son «almacenadas» por el niño y emitidas mas tarde. Podría hablarse, si se quiere, de una ecolalia tardía. La afirmación se indica mediante la repetición literal de una pregunta. «Sí» es un concepto que tardan muchos años en adquirir. Son incapaces de usarlo como símbolo general de asentimiento. Donald aprendió a decir «Sí» cuando su padre le dijo que le subiría a hombros si decía «sí». De este modo, esta palabra vino a «significar» solamente el deseo de ser subido a hombros de su padre. Tardó muchos meses en poder separar la palabra «sí» de esta situación específica, y mucho más tiempo en ser capaz de utilizarla como termino general de afirmación. El mismo tipo de literalidad existe también respecto a las preposiciones. Al preguntar a Alfred « ¿Acerca de que trata este dibujo?», respondió: «La gente moviéndose». John F. corrigió la afirmación de su padre sobre los cuadros de la pared; los cuadros estaban «cerca de la pared»4. Cuando a Donald T. se le pidió que bajase algo (put down), rápidamente lo puso en el suelo. Aparentemente, el significado de una palabra se hace inflexible y no puede utilizarse con ninguna otra connotación que la adquirida originalmente. No presentan dificultad con los plurales y los tiempos verbales. Pero la ausencia de formación de frases espontaneas y la reproducción de ecolalia, han hecho surgir, en todos y cada uno de los niños que hablan, un fenómeno gramatical peculiar. Los pronombres personales se repiten tal como se oyen, sin ninguna modificación para ajustarse al cambio de situación. El niño, una vez que su madre le ha dicho: «ahora te daré tu leche», expresa el deseo por la leche exactamente con las mismas palabras. Así, llega siempre a hablar de sí mismo como «tú», y de la persona a la que se dirige como «yo». No sólo se retienen las palabras, sino también la entonación. Si la expresión original de la madre se ha hecho en forma de pregunta, se reproduce con la forma gramatical y la inflexión de una pregunta. La repetición: «¿Estás preparado para tu postre»?, significa que el niño esta preparado para su postre. Existe una frase establecida, no-‐modificable, para cada ocasión específica. La fijación pronominal permanece hasta aproximadamente el sexto año de vida, en que el niño, de forma gradual, aprende a hablar de sí mismo en primera persona, y del individuo al que se dirige en tercera persona.
El hecho de que los niños repitan cosas oídas no significa que «presten atención» cuando se les habla. A menudo, se necesitan numerosas reiteraciones de preguntas u órdenes antes de que siquiera respondan como un eco. Al menos siete de los niños se consideraron, por tanto, sordos o duros de oído. Hay una absoluta necesidad de no ser molestado. Todo lo que le llegue del exterior, todo lo que cambie su ambiente externo, e incluso interno, representa una terrible intrusión. La comida es la intrusión más temprana que llega al niño desde el exterior. David Levy observó que los niños con falta de cariño, cuando se les lleva a hogares de acogida, donde son bien tratados, al principio piden excesivas cantidades de comida. Hilde Brook, en sus estudios sobre niños obesos, descubrió que el sobrealimentarse a menudo se producía cuando la afectividad de los padres era insuficiente, o se consideraba insatisfactoria. Nuestros pacientes, a la inversa, deseosos de mantener alejado el mundo exterior, indicaban esto rehusando la comida. Donald, Paul («vomitó mucho durante el primer año»), Barbara («tuvo que ser alimentada por intubación hasta el año de edad»), Herbert, Alfred y John, presentaron importantes problemas de alimentación desde su nacimiento. La mayoría de ellos, despues de una lucha sin éxito, constantemente obligados, al final se rendían y, de pronto, empezaban a comer con normalidad. Otra intrusión procede de los ruidos fuertes y de los objetos que se mueven, ante los que, por tanto, se reacciona con horror. Triciclos, columpios, ascensores, aspiradores, agua corriente, quemadores de gas, juguetes mecánicos, batidoras, incluso el viento, en ocasiones podrían causar un gran pánico. Uno de los niños hasta tenía miedo de acercarse al armario en el que se guardaba el aspirador. Las inyecciones y los examenes con estetoscopio u otoscopio, originaban graves crisis emocionales. Con todo, no es el ruido o el movimiento en sí lo que se teme. La perturbación proviene del ruido o del movimiento que amenaza estorbar la soledad del niño. Este, por su parte, puede hacer alegremente un ruido tan grande como el que teme, y mover objetos según le apetezca. Sin embargo, los ruidos y los movimientos del niño, y todas sus actuaciones, son tan monótonamente repetitivos como sus expresiones verbales. Hay una marcada limitación en la variedad de sus actividades espontaneas. Su conducta esta gobernada por un deseo ansiosamente obsesivo por mantener la igualdad, que nadie, excepto el propio niño, puede romper en raras ocasiones. Los cambios de rutina, de disposición del mobiliario, del modelo, del orden en que se realizan los actos de cada día, pueden llevarle a la desesperación. Cuando los padres de John se preparaban para cambiar de casa, el niño se puso frenético al ver a los hombres de mudanzas enrollar la alfombra de su habitación. Estuvo muy enfadado hasta que, en la casa nueva, vio sus muebles dispuestos de la misma manera que antes. Parecía complacido, toda la ansiedad desapareció de repente, y dio vueltas por la habitación tocando cariñosamente cada mueble. Una vez que las piezas, las cuentas, los palos, se han juntado de una determinada forma, se reagrupan siempre exactamente igual, incluso aunque no hubiera un diseño definido. La memoria de los niños era fenomenal en este aspecto. Despues de un lapso de varios días, podían reordenar un montón de piezas con precisión, de la misma manera desorganizada, con el mismo color de cada bloque boca arriba, con cada dibujo o letra de la cara superior de cada pieza mirando en la misma dirección que antes. La ausencia de una pieza o la presencia de una de más, era advertida inmediatamente, y había una imperativa demanda de que se repusiera la que faltaba. Si alguien quitaba una pieza, el niño luchaba por recuperarla, y se enfadaba hasta que la recobraba; entonces, rápidamente, más tranquilo, retornaba al modelo y volvía a colocar la pieza.
La insistencia en la igualdad llevó a varios de estos niños a molestarse mucho ante la visión de cualquier objeto roto o incompleto. Empleaban gran parte del día exigiendo, no sólo la igualdad en los términos de una petición, sino también en la secuencia de los acontecimientos. Donald no se levantaría de la cama despues de la siesta, hasta que el hubiera dicho: «Boo di. "Don ¿quieres bajarte?"», y la madre le hubiera complacido. Pero esto no era todo. El acto todavía no se consideraba completo. Donald continuaba, «Ahora di "bien"». De nuevo la madre tenía que acceder, o habría gritos hasta que la actuación se completara. Todo este ritual era una parte indispensable del acto de levantarse despues de la siesta. Cualquier otra actividad tenía que completarse desde el principio hasta el final, de la manera en que se había comenzado originalmente. Resultaba imposible volver del paseo sin hacer el mismo camino que antes se había recorrido. La visión de un listón roto en una puerta del garaje en su paseo diario habitual, trastornó tanto a Charles, que continuó hablando y preguntando sobre ello durante semanas sin interrupción, incluso cuando estuvo pasando unos días en una ciudad distante. Una de las niñas notó una grieta en el techo de la consulta, y estuvo preguntando ansiosa y repetidamente quien había agrietado el techo, sin calmarse con ninguna respuesta. Otro niño, viendo una muñeca con sombrero y otra sin sombrero, no pudo tranquilizarse hasta que se encontró otro sombrero y se le puso a la muñeca. Entonces, inmediatamente, perdió interés en las dos muñecas; la igualdad y la integridad habían sido restablecidas, y todo estaba bien de nuevo.
El miedo al cambio y a lo incompleto parece ser el factor principal en la explicación de la repetitividad monótona, y en la resultante limitación en la variedad de las actividades espontaneas. Una situación, una actuación, una frase, no se considera completa si no esta construida con exactamente los mismos elementos que estaban presentes en el momento en que el niño se enfrentó con ella por primera vez. Si el más mínimo elemento se altera o se quita la situación total, ya no es la misma y, por tanto, no se acepta como tal, o se rechaza con impaciencia, o incluso con una reacción de profunda frustración. La inhabilidad para las expresiones globales, sin tener en cuenta las partes constituyentes, recuerda de alguna manera la condición de los niños con una incapacidad específica para la lectura, que no responden al sistema actual de instrucción de lectura global; y se les debe enseñar a construir palabras a partir de sus elementos alfabéticos. Esta es quizás una de las razones por las que algunos niños de nuestro grupo, que eran lo suficientemente mayores como para enseñarles a leer de inmediato se preocupaban en exceso por el «deletreo» de las palabras; o por lo que Donald, por ejemplo, se alteraba tanto por el hecho de que «light» [luz] y «bite» [mordisco], teniendo la misma cualidad fonética, se deletrearan de forma diferente. Los objetos que no cambian su apariencia y posición, que mantienen su igualdad y nunca amenazan con interrumpir la soledad del niño, son rápidamente aceptados por el niño autista. Tiene buena relación con los objetos, le interesan, es capaz de jugar con ellos alegremente durante horas. Puede encariñarse o enfadarse con ellos si, por ejemplo, no consigue encajarlos en un espacio determinado. Cuando juega con los objetos tiene una gratificante sensación de absoluto poder y control. Donald y Charles, a partir del año de edad, comenzaron a ejercitar este poder haciendo girar todo lo que pudiera girarse, y saltando extasiados cuando veían dar vueltas a los objetos. Frederick «saltaba con gran alegría» cuando jugaba a los bolos y los veía caer. Los niños sentían y ejercían el mismo poder sobre sus propios cuerpos, balanceándose y con otros movimientos rítmicos. Estas acciones y la excitación que las acompañaba indican claramente la presencia de una orgásmica gratificación masturbatoria.
Su relación con las personas es completamente diferente. Todos los niños, al entrar en la consulta, se dirigieron inmediatamente hacia las piezas, los juguetes u otros objetos, sin prestar la más mínima atención a las personas que estaban allí. Sería erróneo decir que no eran conscientes de su presencia. Pero las personas, siempre y cuando dejaran al niño tranquilo, representaban para el aproximadamente lo mismo que el escritorio. Cuando se le dirigía la palabra no se enfadaba. Optaba, bien por no responder en absoluto o bien, si una pregunta se le repetía con demasiada insistencia, por «acabar de una vez con ella» y continuar con lo que estuviera haciendo. Las idas y venidas, incluso de la madre, no parecían notarse. La conversación mantenida en la sala no despertaba ningún interés. Si los adultos no intentaban entrar en los dominios del niño, a veces, cuando se movía entre ellos, tocaba suavemente una mano o una rodilla, al igual que en otras ocasiones daba palmaditas al escritorio o al sofá. Pero nunca miraba a nadie a la cara. Si un adulto se entrometía a la fuerza, cogiendo una pieza o pisando un objeto que el niño necesitaba, este peleaba y se enfadaba con la mano o con el pie, a los que trataba como algo independiente y no como partes de una persona. Nunca dirigía una palabra o una mirada al propietario de la mano o el pie. Al recuperar el objeto su humor cambiaba bruscamente hacia la placidez. Cuando se le pinchaba mostraba miedo del alfiler, pero no de la persona que le pinchaba. La relación con los miembros de la familia o con otros niños no difería de la que tenía con las personas de la consulta. Una profunda soledad domina toda la conducta. El padre o la madre pueden haber salido durante una hora o un mes; a su regreso no hay ninguna indicación de que el niño se haya dado cuenta siquiera de su ausencia. Despues de muchas explosiones de frustración gradualmente y a regañadientes aprende a participar cuando no encuentra escapatoria, obedece ciertas órdenes cumple con la rutina diaria, pero siempre insiste estrictamente en que se mantengan sus rituales. Si hay visita se mueve entre la gente «como un extraño» o, como decía una madre, «como un potro al que se ha sacado de su encierro». Cuando esta con otros niños no juega con ellos. Juega solo mientras están a su alrededor, sin mantener con ellos contacto corporal, facial o verbal. No participa en juegos competitivos. Simplemente esta ahí, y si alguna vez casualmente se acerca a un grupo pronto se aparta y permanece solo. Al mismo tiempo, rápidamente se familiariza con los nombres de todos los niños del grupo, puede conocer el color del pelo de cada uno y otros detalles individuales. Existe una relación mucho mejor con las fotografías de las personas que con ellas mismas; las fotos, despues de todo, no pueden interferir. Charles estaba afectuosamente interesado por la foto de un niño en un anuncio de una revista. Hizo repetidos comentarios sobre la dulzura y la belleza del niño. Elaine estaba fascinada por los dibujos de animales, pero no se acercaba a un animal vivo. John no hacía distinciones entre personas reales y personas fotografiadas. Al ver una fotografía de grupo, preguntó seriamente cuando iban a salir de la foto y entrar en la sala.
Aunque la mayoría de estos niños fueron considerados en un momento u otro débiles mentales, todos están indudablemente dotados de potencialidad cognitiva. Todos tienen fisonomías sorprendentemente inteligentes. Al mismo tiempo sus caras dan la impresión de seriedad, y en presencia de otros de una ansiosa tensión, probablemente a causa de la inquietante anticipación de una posible interferencia. Cuando están solos con objetos, a menudo tienen una sonrisa placida y una expresión de beatitud, a veces acompañadas por un murmullo y un canto feliz aunque monótono. El sorprendente vocabulario de los niños que hablan, la excelente memoria para acontecimientos sucedidos varios años antes, la fenomenal memoria mecánica para los poemas y los nombres, y el preciso recuerdo de modelos y secuencias, demuestran inteligencia en el sentido en que este término se utiliza habitualmente. Los tests de Binet o similares no pudieron aplicarse debido a la limitada accesibilidad. Pero todos ellos obtuvieron buenos resultados con el tablero de formas de Seguin. Físicamente, los niños eran esencialmente normales. Cinco tenían cabezas relativamente grandes. Varios eran algo torpes en el andar y en las ejecuciones motoras gruesas, pero todos eran muy hábiles desde el punto de vista de la coordinación muscular más fina. Los electroencefalogramas fueron normales excepto el de John, cuya fontanela anterior no se cerró hasta que tuvo dos años y medio, y que sufrió a los cinco años y tres meses dos series de convulsiones predominantemente del lado derecho. Frederick tenía una tetilla de más en su axila izquierda; no había más casos de anomalías congénitas. Existe otro denominador común muy interesante en los antecedentes de estos niños. Todos procedían de familias muy inteligentes. Cuatro padres son psiquiatras; uno un abogado brillante; otro químico y graduado en una escuela de Derecho, esta empleado en la Oficina de Patentes del Gobierno; hay además un botánico, un profesor de silvicultura, un publicista graduado en Derecho que ha estudiado en tres universidades, un ingeniero de minas, y un próspero hombre de negocios. Nueve de las once madres son graduadas universitarias; de las dos que sólo tienen bachiller superior, una es secretaria de un laboratorio patológico, y la otra llevó un despacho de reservas de entradas de teatro en Nueva York, antes de casarse. Entre las otras había una periodista independiente, una medico, una psicóloga, una enfermera y, la madre de Frederick fue sucesivamente, agente de compras, directora de estudios de secretariado en una escuela para chicas y profesora de Historia. Entre los abuelos y parientes hay muchos médicos, científicos, escritores, periodistas, estudiosos de arte. Todas las familias excepto tres, están presentes tanto en Who is Who in América, o en American Men of Science, o en ambos . Dos de los niños son judíos, los otros son todos de ascendencia anglosajona. Tres son hijos «únicos», cinco son los primogénitos de dos, uno es el mayor de tres, otro es el menor de dos y otro el menor de tres. OBSERVACIÓN La combinación de autismo extremo, obsesión, estereotipia y ecolalia, relaciona el cuadro global con algunos de los fenómenos esquizofrénicos básicos. De hecho, a algunos de los niños se les había diagnosticado de ello en un momento u otro de su vida. Pero a pesar de las notables similitudes, la condición difiere en muchos aspectos de todos los otros casos conocidos de esquizofrenia infantil. En primer lugar, incluso en los casos con los ataques más tempranos de esquizofrenia registrados, incluyendo la «dementia praecoccisima » de Santis y la «dementia infantilis» de Heller, las primeras manifestaciones observadas fueron precedidas de al menos dos años de desarrollo esencialmente normal; los historiadores resaltan en particular un cambio más o menos gradual en la conducta de los pacientes. Todos los niños de nuestro grupo han mostrado su extrema soledad desde el nacimiento, no respondiendo a nada que proceda del mundo exterior. Esto esta muy característicamente expresado en la repetida información sobre el fracaso del niño para asumir una postura anticipatoria al cogerlo, y para adaptar al cuerpo al de la persona que lo sostiene en brazos.
En segundo lugar, nuestros niños son capaces de establecer y mantener una excelente, intencionada e «inteligente» relación con los objetos, que no amenaza con interrumpir su soledad; sin embargo, desde el principio se muestran ansiosa y tensamente impenetrables respecto a la gente, con la que por mucho tiempo no han tenido ningún tipo de contacto afectivo directo. Si el trato con otra persona se hace inevitable, entonces se forma una relación temporal con la mano o el pie de la persona, como un objeto claramente separado, pero no con la persona misma. Todas las actividades y expresiones están gobernadas, rígida y consistentemente, por el poderoso deseo de soledad e igualdad. Su mundo debe parecerles constituido de elementos que, una vez experimentados en cierto marco o secuencia, no pueden tolerarse en ningún otro marco o secuencia; ni puede este marco o secuencia tolerarse sin todos los ingredientes originales, en idéntico orden espacial o cronológico. De aquí la obsesiva repetitividad. De aquí la reproducción de frases sin alterar los pronombres para ajustarse a la ocasión. De aquí, tal vez también, el desarrollo de un memoria realmente extraordinaria que permite al niño recordar y reproducir modelos complejos «sin sentido», sin importar lo desorganizados que sean, exactamente de la misma forma en que fueron construidos. Cinco de nuestros niños tienen ahora entre nueve y once años de edad. Excepto Vivían S., internada en un colegio para débiles mentales, muestran una evolución muy interesante. El deseo básico de soledad e igualdad ha permanecido esencialmente inmutable, pero ha habido variaciones en el grado de emergencia de la soledad, una aceptación de al menos algunas personas como parte de su ámbito de consideración y un incremento en el número de modelos experimentados, suficiente para refutar la primera impresión de extrema limitación del contenido ideacional del niño. Tal vez se podría expresar de la siguiente manera: Mientras el esquizofrénico intenta resolver su problema saliendo de un mundo del que ha formado parte y con el que ha estado en contacto, nuestros niños se comprometen gradualmente, acercándose cautelosamente a un mundo en el que han sido completamente extraños desde el comienzo. Entre los cinco y los seis años abandonan poco a poco la ecolalia y aprenden espontáneamente a utilizar los pronombres con la referencia adecuada. El lenguaje se hace más comunicativo, al principio en el sentido del ejercicio de pregunta-‐ respuesta, y despues en el de una mayor espontaneidad en la formación de frases. La conducta se acepta sin dificultades. Los ruidos y los movimientos se toleran mejor que antes. Las rabietas disminuyen. La repetitividad toma la forma de preocupaciones obsesivas. El contacto con un número limitado de personas se establece de dos maneras: la gente se incluye en el mundo del niño mientras satisfaga sus necesidades, responda a sus preguntas obsesivas, y le enseñe a leer y a hacer cosas; en segundo lugar, aunque aún se considera a la gente molesta, sus preguntas son respondidas y sus órdenes son obedecidas aunque a regañadientes, con la implicación de que sería mejor acabar con estas interferencias para volver cuanto antes a su todavía muy deseada soledad. Entre los seis y los ocho años de edad empiezan a jugar en grupo, por ahora nunca con los otros miembros del grupo de juego, pero al menos cerca, al lado del grupo. La habilidad lectora se adquiere pronto, aunque leen monótonamente, y una historia o un dibujo animado se experimentan como partes inconexas en vez de en su totalidad coherente. Todo esto hace que la familia sienta que, a pesar de la «diferencia» admitida respecto a otros niños, hay un progreso y una mejoría.
No es fácil evaluar el hecho de que todos nuestros pacientes procedan de padres muy inteligentes. Es cierto que hay una gran tendencia a la obsesión en el entorno familiar. Los detalladísimos diarios e informes y los frecuentes recuerdos tras varios años de que los niños habían aprendido a recitar 25 preguntas y respuestas del Catecismo Presbiteriano, a cantar 37 rimas infantiles, o a diferenciar ocho sinfonías, proporciona una expresiva ilustración de la obsesión parental. Otro hecho destaca prominentemente: en todo el grupo hay muy pocos padres y madres realmente cálidos; la mayoría de los padres, abuelos y otros familiares, son personas muy preocupadas por abstracciones de naturaleza científica, literaria o artística, y con un limitado interés genuino por la gente. Incluso algunos de los matrimonios más felices son a menudo fríos y muy formales en sus relaciones. Tres de los matrimonios fueron un fracaso total. Surge la pregunta de si, o hasta que punto, este hecho ha contribuido a la condición de sus hijos. La soledad de los niños desde el nacimiento hace difícil atribuir el cuadro general exclusivamente al tipo de relaciones parentales tempranas con nuestros pacientes. Por tanto, debemos asumir que estos niños han llegado al mundo con una incapacidad innata para formar el contacto afectivo normal y biológico con las personas, al igual que otros nacen con deficiencias intelectuales o físicas innatas. Si esta hipótesis es correcta, un estudio más profundo de nuestros niños puede ayudar a proporcionar unos criterios más concretos relativos a las todavía difusas relaciones sobre los componentes constitucionales de la respuesta emocional. Por el momento parece que tenemos ejemplos puros de trastornos autistas innatos del contacto afectivo.
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