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Teorías sexuales infantiles

 

Teorías sexuales infantiles.

por:  Trinidad Sanchez-Biezma de Lander.

“A menudo cuando estoy descansando y no sé qué hacer conmigo misma, tengo la sensación de que me agradaría pedirle a mi madre algo que no me puede dar”.

Van Ophuijsen.

 

Desde tiempos remotos lo femenino y lo maternal coinciden y  se confunden en el cuerpo de la mujer, resaltando el lado enigmático de su representación. En su interior reposa el enorme poder de dar vida o de dar muerte. La metáfora del “continente negro”, y la fantasía infantil de “todo tiene pene”, son maneras, formas de pensamiento que evitan el encuentro con lo originario que las mujeres encarnan.

Lo visible y lo invisible se ofrece como pantalla de proyección a dudas inquietantes, a fantasmas enigmáticos, a zozobras arcaicas. El misterio de la mujer pasea por la ribera de una angustia sin nombre. La falta femenina huele a desconocimiento y facilita la emergencia de mecanismos psíquicos primitivos que, en tanto creencias se implantan en el orden de lo siniestro, incluso de lo intolerable.

Así, las mujeres devienen personajes de leyenda, y en su lado maternal, más allá de la diferencia sexual pero sin duda gracias a ella, lo irrepresentable siniestro, lo materno peligroso. Verdadera cabeza de Medusa.

Freud nos habla de una actividad diurna fantaseadora que es realizadora de deseos y que es importante para comprender los sueños. En, “Fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad”, dirá que: “las fantasías inconscientes pueden haberlo sido desde siempre” (Freud, S, 1908/1073:1350). No lo explica, pero a renglón seguido estudia una clase particular que fue consciente alguna vez. Señala que la fantasía inconsciente “integra una importantísima relación con la vida sexual del individuo, pues es idéntica a la que él mismo empleó como base de la satisfacción sexual, en un periodo de masturbación” (Ibid: 1350). Luego, por efecto de la represión desaparece la masturbación, y su fantasía pasa de ser consciente a inconsciente, siendo retoños “premisas psíquicas más inmediatas de toda una serie de síntomas histéricos” (Ibid: 1350).

El fantasear se ofrece pues, como un camino para rastrear la perdurabilidad de las teorías sexuales infantiles; en el “Poeta y los sueños diurnos”, coloca expresamente los sueños diurnos  al lado de la poesía como continuación, y luego, como sustitutos de los juegos infantiles. Este vínculo se precisa porque tanto el fantasma del adulto como el juego del niño y de la niña, tienen su origen en el enfrentamiento con la falta en el Otro.

Freud nos enseña que las teorías sexuales infantiles no son solamente cosas de niños. Lo infantil constituye el núcleo de la estructura del sujeto, alojan la verdad del hombre y de la mujer, sin distinción de edades cronológicos, como lo propio de la sexualidad.

El niño elucubra teorías, con el término de pulsión epistemológica se designa el empuje a la invención propia de los niños. Por un lado, el niño ordena durante un tiempo que el cuento se cuente siempre de la misma forma, garantizando así, que las palabras vuelvan todos los días al mismo lugar. En ese momento reniega de la sorpresa del chiste y opta por lo que vuelve, por lo que se repite; pero de un día para otro una inversión paradójica afecta esa satisfacción, y lo que vuelve al mismo lugar se convierte en angustia, en sufrimiento. Son esas rumiaciones que vuelven una y otra vez como una obsesión, esas pesadillas que se reproducen sin cesar, ese trauma que promete volver a repetirse.

Así el placer de lo familiar, de lo conocido que se anunciaba siempre con las mismas palabras, se convierte en lo más extranjero, en lo más temido.

“Estas falsas teorías sexuales (...) aunque todas yerran de un modo grotesco, cada una de ellas contiene alguna parte de verdad, asemejándose en esto a aquellas teorías (...) edificadas por los adultos como tentativas de resolver los problemas universales que desafían el pensamiento humano” (Freud, S, 1908/1973:1265).

Verdad que como ficción produce una serie de argumentos, de elucubraciones. Verdad impuesta por la pulsión y constituida a imagen de la organización libidinal del niño, en la medida en que la pulsión nombra la relación compleja de la sexualidad con el psiquismo y es solidaria del cuerpo y del goce.

Teorías que son la primera respuesta ante el enigma del deseo del Otro, y que operan con criterio de verdad, como creencias. Primeras respuestas axiomáticas del sujeto que son el preludio de la constitución fantasmática.

Freud les da un lugar fundamental en la constitución de las neurosis y de los síntomas: “para lo que se demuestra indispensable es para la concepción de las neurosis mismas, en las cuales conservan aún todo su valor tales teorías y ejercen una influencia determinante sobre la estructura de los síntomas” (Ibid:1263). Son pues parte de la neurosis infantil; son fijaciones, restos ligados a la satisfacción propia de la vida sexual del niño que permanecen vigentes aunque ocultos, y determinan la vida erótica.

La fijación se inscribe a partir y en el mismo lugar que la defensa, de forma tal que es a la vez una fijación al trauma y  fijación del trauma. De esta ambigüedad de la fijación dará fe la respuesta sintomática constituida por la amnesia histérica, entendida por Freud como el revés de la reminiscencia.

La reminiscencia es una especie de búsqueda, búsqueda de eso que es inolvidable, ese personaje pre-histórico al que posteriormente nadie llega a igualarse; luego la elección por el padre y luego el fantasma mudo y consolador. La reminiscencia  es inseparable de la acción del psicoanálisis donde se construye lo olvidado, donde la verdad de estas construcciones posee el valor terapéutico de recuerdo recuperado.

Lo que planteo hoy es justamente este sentimiento de certeza, de verdad, esta convicción de re-hallazgo. Lo olvidado construido se fija y desde allí se torna inaccesible a una crítica lógica, cuál un delirio psicótico;  y Freud apelará a la ficción de una memoria vinculada con un contenido de verdad histórica, tomado en la represión de tiempos originarios olvidados.

Y es que detrás de la madre de todos los días, tal vez se esconda una mujer extraña. En el tejido de su ternura, entre los hilos de sus demandas se encuentra otra, una mujer que tiene deseos que el niño, que la niña no entiende. Seguramente el padre no puede acompañar a este niño frente a la extrañeza de esta mujer porque solo sabe de la versión de mujer que mejor se acomoda al objeto de sus fantasías sexuales infantiles.

Es un momento difícil. El niño amado que aportaba satisfacción en un momento dado siente miedo, puede ser devorado. La angustia es no saber, nunca se sabe qué quiere el Otro, la angustia es la sensación del deseo del Otro. La sensación del deseo que angustia marca con su impronta la geografía. Súbitamente hay lugares por los que no quiere pasar, animales que no puede mirar, espacios que antaño familiares se vuelven insoportables, personas que antes amadas producen ahora un inmenso sentimiento de encierro, de invasión.

Luego, cuando la pulsión golpea, cuando su escritura se despliega y se satisface en el gasto inútil, en el derroche, pero también en la restricción más extrema, en el control exasperado, en la insatisfacción quejosa de pretender contabilizar lo incontabilizable, el dolor secretamente programado hace su aparición. Con ese goce el niño se fabrica una respuesta; fabrica un fantasma que dé cuenta, que le permita interpretar el deseo del  Otro, fantasma que se edifica sobre un real pulsional. El niño se inventa un cuento sobre lo que él es en el deseo de ella, una versión que intenta tapar el enigma siempre angustiante de la castración materna. Una respuesta sobre su ser que le permita interpretar su mundo.

Si bien no podemos rastrearlas con precisión, lo que nos interesa es el tiempo de latencia, como lo señala Freud, entre las teorías sobre la sexualidad y las fantasías primordiales, como dos tiempos necesarios en la constitución de la sexualidad.

Teorías y fantasías que se hilan como respuestas a la pregunta de los comienzos del sujeto, de la sexualidad, de la diferencia entre los sexos, del deseo, en la medida que la castración, lo real del sexo hace límite al saber.

Punto que puede abrir en el análisis la posibilidad particular de lograr que la otra historia se haga oír; singular historia formada por retazos: una voz, el espacio de un murmullo, tal vez la imagen imborrable de un momento, huellas de nuestras aventuras más precoces con el Otro inolvidable perdido para siempre en el tiempo de la separación.

El análisis es un relato que se lee y se relee, los personajes aparecen para desaparecer luego quedando de ellos apenas un nombre. Un acontecer hace resurgir una certeza que hemos llegado a pensar. La certeza insiste, estalla en palabras pero no se fija en ellas. ¿Y si esa certeza no fuera nada?.

La historia que tanto nos conmovía pierde su carga afectiva, palidece y se funde en el decorado convirtiéndose cada vez en algo más borroso e incierto. “Hice para mí  misma -dice Virginia Wolf en: “Una habitación propia”- lo que el psicoanálisis hace para sus pacientes. Expresé una emoción honda y vieja, y al expresarla la expliqué y luego la dejé atrás”.

 

REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS.

-Van Ophuijsen. “Declaración de una paciente obsesiva”. En:     

 ¿Por qué las mujeres aman a los hombres y no a su madre?.   

 Haamon M.C: Paidos 1995. p 75

-Freud, S. (1908/1973). “Fantasías histéricas y su relación con la 

 bisexualidad”. En: Obras completas. Madrid: Biblioteca Nueva. 

-Freud, S. (1908/1973). “Teorías sexuales infantiles”. En: Obras

 completas. Madrid, Biblioteca Nueva.

-Freud, S. (1905/1973). “Tres ensayos para una teoría sexual”.

 En: Obras completas. Madrid: Biblioteca Nueva.

 

 

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