PERÍODO: 2020-2022
LOS RASTROS DEL GOCE
RHIPNA. Madrid, 2020. Xavier Campamá
INTRODUCCIÓN
Recordar es traer a la memoria algo percibido, aprendido, conocido o retener algo en la mente. Su etimología, procedente del latín, tiene un aire poético: “volver a pasar por el corazón”.
Podría rescatar de lo anterior tres palabras: recordar, memoria y corazón, para adentrarme, inicialmente, en cómo concibe el psicoanálisis la actividad de recordar.
S. Freud desde los inicios de su labor
clínica con los pacientes mediante el método psicoanalítico apoyado en la
consigna de la libre asociación, se percató de que los síntomas que padecían
sus pacientes tenían una explicación, ya que se podía acceder a un saber, pero
que les era completamente ajeno, desconocido, por el hecho de ser inconsciente.
La idea primaria del análisis es que se
trataba de hacer consciente eso inconsciente que producía psicopatología,
mediante el ir encadenando asociaciones de recuerdos hasta el corazón de lo
sintomático. Seguramente muchos recordamos aquella antigua película de Alfred
Hitchcock, Spellbound, que aquí se
tradujo como “Recuerda”, es decir, que pronto pasó a la cultura un retazo de
esta vertiente de cómo operaba el psicoanálisis.
Pero la investigación freudiana
profundizó mucho más y también, desde aquellos tiempos, el psicoanálisis no ha
cesado de progresar, lo que hoy en día nos permite situar mucho mejor de lo que
se trata.
Por el hecho de que los humanos somos
seres hablantes, podemos crear mundos imaginarios, engañar, abrirnos nuevas
posibilidades en el pensar, en crear nuevos objetos, hacer avanzar la ciencia,
etc. Pero la contrapartida es que las palabras, los significantes que manejamos
de alguna manera matan la experiencia real, es decir, de lo vivido algo se
pierde y algo queda, como una huella mnémica, que decía Freud, una marca que se
registra como memoria y además inconsciente. Puesto que el inconsciente es
efecto del lenguaje, sintetizaba Lacan. Diferente es el caso del bebé que tiene
relación con lo real puesto que no habla, en todo caso es hablado por quienes
le rodean, incluso antes de su nacimiento, algo que pone de relieve C. Soler en
su curso impartido en el 2012 -13 con el título “Lo que queda de la infancia”
Según lo dicho, el sujeto queda
dividido entre aquello que cree ser, lo que le es consciente, y aquello otro
que está en él mismo operando de una forma decisiva en su vida y que es de
carácter inconsciente. Es uno de los grandes descubrimientos del psicoanálisis.
Además, la condición humana, en tanto
seres hablantes, nos aleja completamente del mundo instintivo propio de los
mamíferos, lo que hace de la sexualidad humana algo de lo más variopinto, sino
pensemos en que un sujeto pueda satisfacerla por medio de un objeto fetiche,
otro mediante la fustigación, un tercero exhibiéndose, otra ubicándose como sexless –asexuado- otro en una posición
transexual, otra como homosexual, aquel como heterosexual, etc.
Recientemente, apareció la noticia de
una nueva modalidad de feminismo en Corea del sur, en la que subyace una forma
de oponerse a las imposiciones del llamado poder patriarcal, la cual consiste
en “los cuatro noes”: no a las citas, al sexo, al matrimonio y a los
hijos.
Esta ejemplificación nos sitúa de lleno en la complejidad de la sexualidad humana, en la imposibilidad del encuentro armónico entre los sexos, porque no hay pulsión genital o como Lacan precisó en “Radiofonía”, aunque parezca paradójico: no hay relación/proporción sexual, pues en el inconsciente no hay representación de lo que es ser un hombre para una mujer y viceversa, no hay algo preestablecido como en el instinto entre el macho y la hembra en los mamíferos. Ese es el precio que pagamos por el hecho de ser seres hablantes, la falta introducida por el lenguaje en lo real de la sexualidad que es lo que calificamos como castración desde el psicoanálisis, de manera que la forma que nos queda para abordar la sexualidad es sintomática, lo cual quiere decir que es un apaño, la vía posible para confrontarnos a lo traumático que siempre tiene el sexo atravesado por el lenguaje, de ahí que cada cual, en realidad, goza del inconsciente por el que es determinado como sujeto.
Otra de las grandes revoluciones
establecida por Freud fue demostrar que había una sexualidad infantil. Ésta se
manifiesta en lo que calificó como pulsiones parciales, las cuales atañen a
zonas recortadas del cuerpo, de ahí la denominación de parciales, que
introducen un goce que va unido a las demandas que entran en juego entre el
crío y el Otro fundamental que lo cuida desde sus propios deseos inconscientes.
Dichas pulsiones son: la oral, la anal, la escópica y la invocante. Por
ejemplo, en la pulsión anal la zona erógena excitada es el ano y el tracto
rectal, aquí la demanda del Otro pone en escena el entregar las heces, como por
ejemplo sucede en la educación esfinteriana, el niño puede hacerlo como un
regalo a la mamá, pero puede negarse, puede retenerlas, etc. Todo lo cual
configura lo que el lenguaje permite articular en esa demanda pulsional y nos
da la proyección de cómo un determinado sujeto podrá irse situando frente a los
otros. Así: cagar, cagarse, ser cagado por el Otro, hacerse cagar, retener el
objeto, negarse a las demandas del Otro. Posiciones que podemos reconocer
adoptan diferentes sujetos en la vida, haciéndose ir mal en todo aquello que
tratan de construir, negándose a aprender en la escuela y un largo etc. Existe,
recordemos, toda una cohorte sintomática que concierne a lo anal: diferentes
manifestaciones de la encopresis, el estreñimiento pertinaz de origen
psicógeno…
Además de la anterior modalidad de goce
hay la que entra en escena al poner en juego el deseo que lleva a la búsqueda
de un partenaire sexual. Freud también lo encontró en la infancia utilizando el
mito de Edipo, lo que ya forma parte de nuestra cultura y es bien conocido: el
niño desea sexualmente a la madre y entra en conflicto ambivalente con el padre,
al mismo tiempo lo ama y desea eliminarlo. Es así como se inicia el pequeño
sujeto en el mundo del deseo, deseo sostenido por un fantasma propio –nombrar
el matema del fantasma, según Lacan- Pero no puedo detenerme en detallar más.
Concluyo esta introducción, el sujeto humano atravesado por el lenguaje se ve exiliado del instinto animal y su sexualidad, hemos visto, que se configura en una heterogeneidad de goces: pulsionales, fantasmáticos y sintomáticos.
MEMORIA, REPETICIÓN Y RECUERDO
El sujeto en análisis, sea niño, púber
o adulto, habla de sus malestares sintomáticos e inevitablemente trae recuerdos
de su pasado, cuestiones que observa se le repiten, constituyéndose en mensajes
que dirige al psicoanalista. La perspicacia de Freud, en el tiempo que
investigaba sobre los sueños, fue darse cuenta de que creemos recordar nuestra
historia pero, en realidad, está muy fragmentada, falseada, olvidada,
apedazada… En realidad, el pasado es inalcanzable como tal, más que de memoria
podría hablarse de desmemoria. Como decía al inicio, el recuerdo ya es pérdida,
lo real del suceso se perdió y en parte queda algo que es del orden del
significante.
Antes de entrar propiamente en el tema
del recuerdo encubridor, quiero situar algunas cuestiones conexas. Lo más
significativo de lo que diré está extraído de Freud en sus escritos “Recordar,
repetir y reelaborar” (1914) “Más allá del principio de placer” (1920) y del
Seminario 11 de Lacan “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis”.
Freud deja que sus analizantes hablen
“libremente” con el convencimiento de que van a aparecer cuestiones
significativas de su sintomatología, es decir, espera que hayan “retornos”.
Podemos preguntarnos ¿qué lo segura? La misma dinámica significante por la que
el sujeto ha sido constituido. Sin embargo, hay algo mucho más potente que
vuelve, que insiste y Freud nombró con el término repetición, que no son los
retornos significantes. En realidad, lo nombró como compulsión o automatismo de
repetición, que no hay que entender como una especie de reproducción siempre de
lo igual.
La repetición es una forma de memoria y
vamos a observar el porqué. Freud localiza que en los análisis de sus pacientes
existe un límite a la rememoración y que hay algo que escapa y va más allá de
la misma, siendo eso mismo lo que puede localizarse en forma de repetición, en
algo que puja una y otra vez en el propio sujeto. ¿De dónde arranca esta
dinámica?
Imaginemos al pequeñín frente a
situaciones que tienen un carácter traumático, como pérdidas, separaciones,
encuentro con algo de lo real sexual como antes explicaba. En un primer momento
no hay con qué afrontar esa situación, sería pensable como la experiencia real
en tanto imposible de retener, pero en cuanto esa experiencia real puede ser
marcada simbólicamente con lo que se denomina rasgo unario, hay inscripción en
el sujeto y al mismo tiempo pérdida. El rasgo unario, es un significante único
que no va encadenado a otros y es lo que nos puede dar pistas del componente de
insistencia de repetición de lo igual, de valor de trauma inaugural. De esta
forma la repetición se compone, por una parte, del encuentro con lo real de
carácter traumático para el sujeto y, por otra parte, del rastro simbólico de
un rasgo unario, que Lacan acuñó con la notación S1.
El hecho de que lo simbólico no puede
absorber lo real traumático e insista vía la repetición, gracias al rasgo
unario que se constituyó, lo podemos leer como una modalidad de memoria
recurrente.
Me parece muy importante el haber introducido la repetición como un acervo de memoria insistente en tanto irrupción de lo real del goce, a pesar del propio sujeto, antes de adentrarnos en lo que se entiende por recuerdo encubridor, pues la primera modalidad la encontraremos siempre en todo psicoanálisis.
MEMORIA Y RECUERDO ENCUBRIDOR
La memoria también es el lugar significativo
de lo olvidado, de lo no recordable, podría decirse también que es lugar de creación.
Así lo recogía Freud al señalar cómo los sujetos tienen recuerdos muy escasos y
fragmentarios de la primera infancia, justo en el tiempo en el que los niños
tienen una gran capacidad de asimilación de información y de diferentes aprendizajes.
Pero, claro, en paralelo a todo esto están sucediendo vínculos capitales como
son las relaciones con las personas significativas que le rodean, poniéndose en
juego la dimensión del amor, el odio, las identificaciones, los deseos, los
goces pulsionales y fantasmáticos, adoptando una posición sintomática que es lo
que, en definitiva, definirá mejor lo que es la particularidad de cada sujeto.
Freud durante muchos años se dedicó a
rastrear, recopilar y teorizar todo aquello que localizaba como una falla en el
recordar. De manera que, por ejemplo, observó que existían recuerdos donde se
combinaban aspectos de escenas vistas, con otras donde se podía destacar lo
escuchado pertenecientes a otro momento de la vivencia del sujeto. El recuerdo,
en este caso, es una especie de resultante compuesta por piezas procedentes de
puzles diferentes.
No se trata, entonces, de creer en la existencia de unos recuerdos fiables que acuden a los archivos de una memoria fiel a los sucesos acontecidos en su total integridad.
Cuando Freud escribe su obra
“Psicopatología de la vida cotidiana” (1901) estudia con sumo detalle, entre
otros temas, las perturbaciones que le pueden suceder a cualquier “sujeto
normal” en su acción de tratar de recordar algo, vividas como tropiezos
egodistónicos, como es el caso del olvido de nombres propios que ilustra con el
magnífico ejemplo autobiográfico del olvido del pintor Signorelli. Pero también
pone el acento en lo significativo del olvido de palabras extranjeras en aquellos
sujetos que manejan varias lenguas. Abunda, igualmente, en los ejemplos de
olvidos de nombres y de frases, así como en el de impresiones y designios.
Un caso particular que llamó la
atención a Freud es lo que denominó recuerdos encubridores (Sobre los recuerdos
encubridores -1899- y Psicopatología de la vida cotidiana, cap IV) Lo característico
es que son recuerdos de apariencia banal, indiferente, pero que pasados por el
proceso analítico conducen a lo que subyace, ocultado y de carácter relevante.
Él diferencia entre un recuerdo encubridor reciente que remite a un contenido
reprimido del pasado, como es el caso de la infancia y, viceversa, un recuerdo
encubridor de la infancia que remite a un contenido latente posterior.
Lo que podemos observar es que se
produce un falseamiento mnémico tendencioso de un contenido que el sujeto no
quiere recordar que, para Freud, sería la evitación de un conflicto, de la
vivencia de algo chocante, de ahí que se reprima “lo sustantivo”, dice, y
después quede transformado, lo cual primordialmente se realiza mediante un
desplazamiento o metonimia significantes, pero también por condensación o
metáfora. Ambos, mecanismos que establecía como básicos del funcionamiento del
inconsciente.
Para un analista, el recuerdo
encubridor, por más banal que aparente, es de lo único que dispone cuando lo
relata el analizante y no deja de ser el cabo de una cadena elaborativa de
asociaciones a producir hasta conducir al corazón de lo que está en juego, lo
veremos en el caso de que hablaré al final.
Hay un aspecto a destacar en la forma
de presentarse el recuerdo encubridor y es que el sujeto, al relatarlo, se
describe como viéndose a sí mismo en la escena. Hay un desdoblamiento, el
sujeto se ve en la escena y al mismo tiempo es observador de la misma. Freud
puntúa que se trata de una elaboración secundaria, de una retraducción a lo
visual y lo plástico en una época posterior, la del despertar del recuerdo.
Podemos preguntarnos si esto es una condición necesaria para darle a un
recuerdo el estatuto de recuerdo encubridor. Porque también se podría afirmar
que todo recuerdo siempre tiene algo de encubridor.
Obsérvese que esta peculiaridad subrayada
por Freud nos trae lo que teorizó respecto de los sueños, en cuanto a su
carácter visual y donde también el soñador se puede encontrar en la escena
explícita o implícitamente. Y lo mismo sucede con la actividad de fantasear. Lo
ilustro con el caso de un pequeño paciente al que en la escuela ya le habían
colgado el diagnóstico de TDA, de la escala diagnóstica del DSM, y que muy pronto
en las sesiones pudo referir todo lo que imaginaba en el aula escolar en lo que
para él eran las “aburridas clases”. Se trataba en su fantasear de sus proezas
como futbolista marcando ingente cantidad de goles a su equipo rival y
recogiendo aplausos y trofeos, o también se imaginaba siendo un bombero
salvando de las llamas a niñas reales o imaginadas que le gustaban, que luego
se enamoraban de él, etc.
Si avanzamos un poco más puede
afirmarse que todo el tiempo nos estamos moviendo en el terreno del deseo que
lleva al niño, al adolescente y al adulto a buscar a su partenaire sexual. Por
supuesto con las diferencias que lo real corporal impone a la infancia. Es la
castración, para ambos partenaires y, por tanto, el deseo, lo que permite la
aproximación de los cuerpos. Uno supone que el otro es o tiene algo atrayente,
lo que a él le falta, para así realizar el buen encuentro que se cree
complementa.
Pero ¿qué produce realmente la
aproximación a un cuerpo y no a otro? Aquí es Lacan quien clarifica la
cuestión, al añadir la dimensión del partenaire pero a nivel del goce. Eso me
va a suponer un paréntesis, un desarrollo muy en síntesis.
Él estableció lo que llamó el objeto
pequeño a, del cual hay que diferenciar varias facetas. Voy apoyarme en la
imagen de una vasija, un pote, pues representa bien dos aspectos, la parte
material que conforma el continente y la otra parte que es el vacío que hay en
dicha vasija. La ventaja de este ejemplo es que nos permite entender
sencillamente, aún a riesgo de simplificar las cosas, que ese vacío puede
llenarse. Entonces el objeto pequeño a como vacío estructurante para el sujeto,
se vivencia como pérdida de goce, pero ella misma apunta a una búsqueda o
compensación, a un llenado, mediante los llamados plus-de-gozar de los objetos
pulsionales, antes mencionados, o también los objetos de consumo tan actuales
en nuestro tiempo.
Hemos visto que lo que nos aproxima al
partenaire es el deseo, pero en realidad se puede precisar más diciendo que
para el cuerpo a cuerpo hace falta que se ponga en juego el goce. Está el deseo
por alguien, pero tras el deseo lo principal es que actúa el objeto pequeño a,
causa del deseo. Lo podemos imaginar así: alguien desea a otro/a porque reviste
la imagen con que se le presenta con el objeto a que causa su deseo, el cual
envuelve algún objeto pulsional que en realidad es propio, aunque se crea
ubicado en el otro y que de hecho constituye su goce. Se observa bien la manera
en que se articulan en el partenaire las dos vertientes del objeto pequeño a:
como falta, que lo causa, y como plus-de-gozar como intento de taponarla. Lo
cual como muchos conocen está comandado por el fantasma fundamental de cada
sujeto.
Vuelvo al aspecto que subrayaba Freud del aspecto visual y plástico del recuerdo encubridor y en el que el sujeto se ve a sí mismo dentro de la escena, que más bien lo ubicaría del lado de la fantasía que lo dota de una particular intensidad. Lo sustantivo pero opaco al recuerdo encubridor, tiene que ver con lo anteriormente desarrollado: los deseos del sujeto, sus condiciones de goce y el amor en juego.
DOS EJEMPLOS: EL FETICHISTA Y UN FRAGMENTO
DE UN CASO CLÍNICO
Primero voy a tomar algo de lo que dicen Freud y Lacan a propósito del fetichismo, pues me parece una buena introducción de lo que después aparecerá en el caso que voy a presentar.
A parte de la bibliografía ya dicha
sobre el recuerdo encubridor en Freud, hay que añadir “Fetichismo” (1927) y “La
escisión del yo en el proceso defensivo” (1938) así como la relectura que
realiza Lacan sobre el fetichismo en su Seminario 4, “Los cuatro conceptos
fundamentales del psicoanálisis”.
Freud toma el término de recuerdo pantalla como un sinónimo de recuerdo encubridor, pero tal vez descriptivamente más adecuado para algunas ejemplificaciones como es el caso del fetichismo.
¿Por qué un sujeto queda fijado a qué
lo posible de su satisfacción sexual requiera cómo condición necesaria la
presencia de un objeto llamado fetiche? Freud realiza un análisis exquisito y
gráfico, correspondiente a su época, en que las mujeres llevaban vestidos hasta
el tobillo, de cómo se producía el momento de aparición del objeto fetiche y su
fijación en un sujeto infantil.
Todo niño se ve confrontado, más allá
de la falta introducida por el lenguaje en lo real de la sexualidad que
calificamos como castración, a traducciones de la misma que pasan por lo real y
lo imaginario, pero de efectos determinantes para la construcción de la
subjetividad. Por ejemplo la diferencia anatómica entre los sexos, el imaginar
que las niñas y las mujeres también poseen un pene…
Entonces propone que algunos pequeños
ante la castración del Otro, para el ejemplo la propia madre, van a adoptar una
conclusión muy llamativa: dan una respuesta consistente en renegar de la
castración de la madre. El niño situado a los pies de la madre, como decía pensemos
en los vestidos largos de aquella época, en su observación se detiene en el
borde de su vestido, no más arriba del tobillo, como puede ser en el zapato. Y
así ese zapato se puede constituir en el sustituto de lo que no se alcanza a
ver pero que está articulado para el sujeto: el falo imaginario imprescindible
para constituir simbólicamente a la madre como madre fálica. De esta forma,
para este caso el zapato se conforma como el objeto fetiche del falo que la
madre no tiene pero debería tener. Como dice Freud ese objeto fetiche se erige
como monumento de lo que, en realidad subyace: “el horror a la castración”
Es interesante la relectura que hace
Lacan de este hecho, pues puntúa que en este caso el recuerdo encubridor o
recuerdo pantalla, muestra claramente la interrupción que se produce en la cadena
significante de la memoria del sujeto cual película que se detiene, justo un momento
antes de verse confrontado a la castración, erigiendo así el recuerdo pantalla
y encubridor con el fetiche zapato. Pero esa misma cadena continúa velada de
ahí en adelante.
Ahora voy a hablar de un fragmento de
un caso que atendí, se trata de un sujeto de treinta y tantos años que consultó
por unas dificultades que definía como no poder terminar de autonomizarse, pues
aún vivía en el domicilio materno, esta mujer había enviudado cuando el
analizante tenía veinte años, acomodada económicamente y aún más gracias a una
nueva pareja con la que vivía desde hacía unos ocho años. Pero este no poder
autonomizarse también estaba connotado de una gran dependencia económica de
aquella. Sus ingresos de los últimos años dependían de que la nueva pareja de
la madre le ofreciese alguna colaboración, pues por sí mismo no salía adelante.
También se quejaba de que no conseguía tener una relación duradera con una
mujer como para terminar siendo una pareja, tenía relaciones muy escasas y
distantes con alguna mujer y siempre terminaba por ser dejado o desengañarse.
Le parecía extraño pues se veía bien parecido, cosa en la que su madre
insistía, y también simpático.
En el tiempo de las entrevistas
preliminares relató haber sido un estudiante discreto salvo en plástica en que
era sobresaliente, se aburría en las clases y se quedaba “colgado” pensando en
el recreo, las vacaciones o pensando los dibujos que haría en su tiempo libre,
aquello que en su decir le motivaba más. De hecho terminó estudiando Bellas
Artes, lo que le conectó con un mundo bohemio y de consumo de porros y alcohol.
Sus capacidades mostradas no dieron un fruto en ninguna proyección iniciada.
En una ocasión le pregunté qué
recordaba de su infancia y explicó que ya se entretenía mucho dibujando, de
pequeño recordaba hacer casas con montañas al fondo y luego ya hacía cómics de
lucha y más mayor le encantaba el tema de las amazonas y, entonces, sus cómics
pasaron a incluirlas frecuentemente. Le atraían estas figuras de mujeres
fuertes, dominantes e independientes. De
hecho, también había jugado mucho a montarse historias en las que ellas
formaban parte de las mismas. También le gustaba jugar al fútbol, pero lo
señala como algo promovido por su padre y a lo que se prestó de hecho, había
sido una de sus actividades extraescolares junto a formarse en dibujo y
pintura. También recordaba que le agradaba mucho
encerrarse en un armario y en el desván, pero no pudo dar cuenta de que hacía o
qué encontraba de placentero en esa acción. Como veremos enseguida, este
recuerdo tenía la connotación de un recuerdo encubridor.
Voy a recortar bastante, pero el progreso de su análisis le llevó a detallar que esas mujeres con las que tuvo relación, tenían algunos de esos rasgos que le atraían de la figura de la amazona, el tenía que ir tras ellas pues eran muy suyas, eran mujeres muy capaces, muy seguras de sus convicciones y él se sentía en inferioridad.
Su madre era descrita como una mujer
soberbia, muy bella, culta, con una gran afición por el arte, que procedía de
una familia burguesa y acaudalada, con un carácter fuerte, poco afectuosa pues
recordaba haber sido mejor cuidado por las mujeres de servicio. El reconocía
una relación nada fácil con ella, pues enseguida lo trataba de inútil y solo se
sentía reconocido por su aspecto físico.
Al padre lo describió como un
administrativo muy trabajador en su empresa, de carácter taciturno, cuya única
afición era el fútbol. Procedente de una familia sencilla. Nunca pudo entender
cómo podían hacer pareja sus padres, pues entre ellos no observaba muestras de
afecto y los veía muy diferentes.
Cuando pudo hablar de la cama describió
unos encuentros sexuales en que acostumbraba a sentirse como un títere.
Un día trajo un recuerdo más detallado
de encerrarse dentro de un armario o de un desván, le vino a la memoria que
siendo niño se encerraba dentro de un armario de una tía materna que el quería
mucho porque era más afectuosa con él. Ese era el armario donde la tía guardaba
sus zapatos y recuerda que los miraba, los acariciaba y los olía. Siempre que
iba allí trataba de hacerlo, hasta que más mayor fue reprendido en diferentes
ocasiones y abandonó esa actividad no sin pesar.
Fue poco después que pudo explicitar
más detalladamente su rasgo fetichista al referir que los encuentros sexuales
con mujeres que para él eran satisfactorios era cuando ellas follaban con los
zapatos de tacón puestos.
Mucho después añadió que,
frecuentemente, se masturbaba viendo fotos o vídeos de mujeres calzadas.
Fragmento de un caso que nos muestra claramente la condición de goce de un sujeto fetichista y como en su análisis ese recuerdo calificable de encubridor, nos va abriendo en una cadena asociativa al corazón de su fijación, el objeto que causa finalmente su deseo.
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Tratamientos del cuerpo del niño y el
adolescente en nuestra época y en el psicoanálisis.
Cuerpos. Pubertades[1]
Autor: Francisco José Santos Garrido
Me planteo en escrito dos momentos. El primero, que he llamado “Cuerpos”, en el que presento algo sobre lo que me tiene al trabajo sobre el cuerpo. Después, un apartado sobre “Pubertades”, en el que exponer algunas citas y decires que en este tiempo de estudio me han resultado evocadoras.
Cuerpos
LOM, el hombre borromeo hecho Uno por el anudamiento de las tres consistencias[2], real, simbólica e imaginaria y es por este anudamiento que tiene un cuerpo, no lo es[3]. “El hombre tiene un cuerpo, o sea que habla con su cuerpo, dicho de otro modo, que parlêtre por naturaleza”[4]. Parlêtre, hablaser que tiene también una definición borronea: la palabra vehículo de sentido se ve conectada “no solo con el sentido gozado, sino con el campo de lo Real, del goce Real”[5].
Y es que el decantar “el inconsciente sin sujeto”, como recoge Colette Soler en su seminario “Vuelta sobre la función de la palabra”, desplaza las líneas de fuerza de la clínica del sujeto en su relación al Otro, hacia una clínica del ser hablaser, del parlêtre. Y en lo que respecta a este ser hablante, “no es solamente sujeto, tiene un cuerpo que está implicado en los efectos sintomáticos del inconsciente”[6].
La vuelta que en la Escuela se ha dado de pasar dos veces por la cuestión del cuerpo la entiendo como un poner en evidencia este desplazamiento que agujerea la concepción de lo pensable de un psicoanálisis y avanza en un campo que está por desarrollar, el campo lacaniano[7].
En “Advenimientos de lo real” se recogió este desplazamiento de los años setenta de Lacan: “el síntoma de goce del cuerpo, del cuerpo síntoma que suple la no relación, no está determinado por el Otro, por su palabra y su discurso”[8]. El inconsciente saber sin sujeto “es solidario de la definición de acto analítico”[9]. Y, lo que hoy nos convoca, el saber sin sujeto “abre al no sin el cuerpo”[10]. Entonces, este “tener un cuerpo” es solidario del inconsciente real como saber fuera de sentido.
Lacan en el Seminario XXIII, sobre el cuerpo del parlêtre: “En realidad, no lo tiene, pero su cuerpo es su única consistencia – consistencia mental, por supuesto, porque su cuerpo, a cada rato, levanta el campamento”[11]. Este levanta el campamento, que viene de una expresión francesa difícilmente traducible al castellano. Parece que es este anudamiento el que le diera esa consistencia pero no evita que el cuerpo a cada rato se largue, se abra, se raje, o como se dice en Castilla, salga pitando.
Y es que “El cuerpo está afectado de los pensamientos del ser” [12], como si el cuerpo fuera uno mismo, el ejemplo de las lágrimas.
Para tener un cuerpo es necesario que un nudo borromeo sea hecho, donde el goce fálico y el goce del sentido estén anudados[13]
Colette en el artículo “Tener un cuerpo…borromeo” habla de una doble imposición del inconsciente: hablado impone el ser; saber gozado impone el tener del cuerpo, y no el cuerpo imaginario, no el cuerpo mortificado del simbólico, sino el cuerpo substancia, sustancia gozante.
“Lo verdadero es que LOM tiene, al principio”[14] y “Tener es poder hacer algo con”[15], pero se introduce entonces también el que pueda no tener lugar, aspecto reseñable para la clínica.
Pubertades
De entrada, agradezco el encuentro con el texto de Martine Menès “El tránsito adolescente, tratamiento de lo imposible”[16], por ir a la veta de lo que me interesaba transmitir en este apartado.
Freud en Las metamorfosis de la pubertad comienza escribiendo “La pulsión sexual era hasta entonces predominantemente autoerótica; ahora halla al objeto sexual (…) se pone el servicio de la función de reproducción”[17].
Tal vez pudiera decirse que hay en la pubertad una actualización, apuntalamiento siguiendo a Freud, del encuentro que hizo el niño con algo que ya no se ajustaba solo a lo decible, encuentro inaugural marcado con “un significante que encarnó el goce”[18]. ¿Cómo se relaciona este significante con algo de las marcas de la lalengua? Y, ahora el púber se encuentra con la castración “que es algo que a los 14 años, se evita mal”, decir de Lacan recogido por David Bernard[19].
La temporalidad de la pubertad, y su relación con el trauma, ya fueron abordadas por Freud muy tempranamente en 1985: “Dondequiera se descubre que es reprimido un recuerdo que solo con efecto retardado (nachträglich) ha devenido trauma. Causa de este estado de cosas es el retardo de la pubertad respecto del restante desarrollo del individuo.”[20]
Lacan habla de un “momento límite complexual”, que podría ordenarse de un modo muy distinto, en función de un vínculo entre la maduración del objeto a y la edad de la pubertad[21].
Partir de la pubertad como la maduración del objeto a que organiza lo pulsional creo que nos mantiene en la vereda del descubrimiento freudiano. Es esta “madurez”, término utilizado por Lacan, la que pone al descubierto que no es de madurez de lo que se trata en el sentido general del término.
La puesta en funcionamiento del objeto a “maduro” impulsado por lo real del cuerpo, haría entonces el paso de las teorías sexuales infantiles a la construcción del fantasma. Es esta madurez del objeto a la que hace que lo pulsional se encarne en el adolescente de una manera tan desbocada, cada uno según sus marcas pulsionales, en un exceso que, aunque calme transitoriamente, no puede hacer olvidar en el neurótico ni la castración ni la no relación sexual ni el ser mortal. Me pregunto por el síntoma y Lacan en el Seminario VI dice “los detritus, más o menos incompletamente reprimidos en el Edipo, resurgirán en el nivel de la pubertad bajo la forma de síntomas neuróticos”[22],
Esta maduración del objeto a en la pubertad pone en primer plano “Lo que no se elige”, o tal como ha sido traducido “Lo que usted no podría elegir”[23], título de un texto de Colette Soler. Entre el lado mujer y el lado hombre, dice, los sujetos han elegido. “Y más tarde, más fuertemente aún: ellos se autorizan en sí mismos, los seres sexuados.”[24] Autorizarse al sexo como nos recordaba Alejandro Rostagnotto en las jornadas del pasado 12 de septiembre[25], puede ser uno de los efectos de un psicoanálisis. Colette en este texto recuerda que “podríamos decir que es el goce el que elige, allí donde responde y en las formas con las que responde, todo o no todo, hace ley…sexual”. Y en cuanto a ese autorizarse ellos mismos, aparece el cuerpo, de nuevo, un autorizarse como lo que son en tanto cuerpos, pero que no es ni el yo ni el sujeto, hablando propiamente. El margen de elección que le queda al que dice “yo” es “el de la posición que tomará ante eso que lo eligió. Rechazo, consentimiento, paciencia, entusiasmo, hay muchas”[26]
En este sentido, el seminario “Las formaciones del inconsciente”, en la lección del 22 de enero de 1958, y a colación de los tiempos del Edipo, Lacan nos dice que “El niño tiene todos los títulos para ser un hombre, y lo que más tarde se le pueda discutir en el momento de la pubertad, se deberá a algo que no haya cumplido del todo con la identificación metafórica con la imagen del padre”[27]¿Qué se le puede discutir? ¿Cómo se quedaría esta cita releída con la padre-versión?
Lacadée sintetiza la cuestión del
cuerpo en un artículo dedicado a la adolescencia: “La relación del cuerpo se
vive en el registro de lo imaginario, él mismo anudado a los significantes de
la lalengua que afectan al cuerpo, así como a la dimensión imposible que ex –
siste al cuerpo y a la lengua a título de real como límite último del sentido
sexual y mortal”[28].
Dejo a Wedekind y lo que tanto Freud como Lacan dijeron de su “Despertar de la primavera” para otro momento.
Hasta aquí solo un marco para seguir
trabajando.
Madrid, 6 de octubre de
2020
[1] Este texto corresponde a la introducción teórica que se expuso en las
Jornadas RHIPNA de Pereira, el mes de octubre de 2020.
[2] Soler, C. (2013). El
inconsciente reinventado. Buenos Aires: Amorrortu. p. 88.
[3] Lacan, J (2012). Joyce el
síntoma. Otros escritos. Buenos Aires: Paidós. P. 591.
[4] Lacan, J (2012). Joyce el
síntoma. Otros escritos. Buenos Aires: Paidós., p. 592.
[5] Soler, C. (2013). El
inconsciente reinventado. Buenos Aires: Amorrortu. p. 88.
[6] Soler,
C. (2019). Retour sur la “fonction de la
parole”. Paris : Editions Nouvelles du Champs lacanien. p. 157.
[7] Me hago eco del decir en
la conferencia de Colette Soler que tuvo lugar con motivo del 20º Aniversario
del Foro de Medellín el pasado mes de septiembre de 2020.
[8] Soler, C. (2016). Advenimientos
de lo real. De la angustia al síntoma. Los monográficos de Pliegues nº6.
San Sebastián: Federación de los Foros del Campo Lacaniano España F-9, p. 27
[9] Ibidem, p. 190.
[10] Ibidem, p. 200.
[11] Lacan, J. (2006). El
sinthome. Buenos Aires: Paidós. p. 64.
[12] Soler,
C. (2015). Avoir un corps…borroméen. Revue des Collèges de Clinique
psychanalytique du Champ Lacanien 14, p. 60.
[13] Ibidem, 64
[14] Lacan, J (2012). Joyce el
síntoma. Otros escritos. Argentina: Paidós. P. 591.
[15] Ibidem,
p. 591.
[16]
Menès, M. Le passage adolescent,
traitement de l’impossible. Mensuel
98. Consultado en https://www.champlacanienfrance.net/sites/default/files/menes_M98.pdf
[17] Freud, Las metamorfosis de
la pubertad, p. 189.
[18] Soler, C. (2018).
Advenimiento de lo real. Pre-texto de la Cita Internacional de Barcelona,
septiembre 2018 abril 2017. Consultado en https://www.champlacanien.net/public/docu/3/rdv2018pre1.pdf
[19]
Lacan, J. (1972). Discours de conlusion. Letteres de l’École freudienne de
Paris, nº 9, décembre 1972, p.513. Según lo citó Bernard, D. (2019). Lacan
avec Wedekind. Une autre lecture de l’adolescence. Rennes : Presse Universtaires
Rennes.
[20] Freud, S. (2010). Proyecto
de Psicología. En Obras completas. Volumen I. Buenos Aires: Amorrortu.
p. 403.
[21] Lacan, J. (2006). El
seminario de Jacques Lacan. Libro 10. La angustia. Buenos Aires: Paidós.
p.279.
[22] Lacan, J. (2014). El
seminario de Jacques Lacan. Libro 6. El deseo y su interpretación. Buenos
Aires: Paidós. p 382.
[23] Soler, C. (2009), Lo que
usted no podría elegir. Aun. Publicación de Psicoanálisis 1, (1). Consultado en https://www.forofarp.org/images/AUN%201%20-%20Version%20final%201R.pdf
[24]
Ibidem, p. 16.
[25] "Les effets de la passe
sur l'École, vus par l'AE". EPFCL-France - 12 septiembre de 2020. Material no editado.
[26] Ibidem, p. 21
[27] Lacan, J. (2007). El
seminario de Jacques Lacan. Libro 5. Las formaciones del inconsciente. Buenos
Aires: Paidós. P.201.
[28]
Lacadée, P. (2015). Urgence de vie. La Cause de désir 89, p. 33.
Teorías sexuales infantiles.
Autor: Trinidad Sanchez-Biezma de Lander.
“A menudo cuando estoy descansando y no sé qué hacer conmigo misma, tengo la sensación de que me agradaría pedirle a mi madre algo que no me puede dar”.
Van Ophuijsen.
Desde tiempos remotos lo femenino y lo maternal coinciden y se confunden en el cuerpo de la mujer, resaltando el lado enigmático de su representación. En su interior reposa el enorme poder de dar vida o de dar muerte. La metáfora del “continente negro”, y la fantasía infantil de “todo tiene pene”, son maneras, formas de pensamiento que evitan el encuentro con lo originario que las mujeres encarnan.
Lo visible y lo invisible se ofrece como pantalla de proyección a dudas inquietantes, a fantasmas enigmáticos, a zozobras arcaicas. El misterio de la mujer pasea por la ribera de una angustia sin nombre. La falta femenina huele a desconocimiento y facilita la emergencia de mecanismos psíquicos primitivos que, en tanto creencias se implantan en el orden de lo siniestro, incluso de lo intolerable.
Así, las mujeres devienen personajes de leyenda, y en su lado maternal, más allá de la diferencia sexual pero sin duda gracias a ella, lo irrepresentable siniestro, lo materno peligroso. Verdadera cabeza de Medusa.
Freud nos habla de una actividad diurna fantaseadora que es realizadora de deseos y que es importante para comprender los sueños. En, “Fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad”, dirá que: “las fantasías inconscientes pueden haberlo sido desde siempre” (Freud, S, 1908/1073:1350). No lo explica, pero a renglón seguido estudia una clase particular que fue consciente alguna vez. Señala que la fantasía inconsciente “integra una importantísima relación con la vida sexual del individuo, pues es idéntica a la que él mismo empleó como base de la satisfacción sexual, en un periodo de masturbación” (Ibid: 1350). Luego, por efecto de la represión desaparece la masturbación, y su fantasía pasa de ser consciente a inconsciente, siendo retoños “premisas psíquicas más inmediatas de toda una serie de síntomas histéricos” (Ibid: 1350).
El fantasear se ofrece pues, como un camino para rastrear la perdurabilidad de las teorías sexuales infantiles; en el “Poeta y los sueños diurnos”, coloca expresamente los sueños diurnos al lado de la poesía como continuación, y luego, como sustitutos de los juegos infantiles. Este vínculo se precisa porque tanto el fantasma del adulto como el juego del niño y de la niña, tienen su origen en el enfrentamiento con la falta en el Otro.
Freud nos enseña que las teorías sexuales infantiles no son solamente cosas de niños. Lo infantil constituye el núcleo de la estructura del sujeto, alojan la verdad del hombre y de la mujer, sin distinción de edades cronológicos, como lo propio de la sexualidad.
El niño elucubra teorías, con el término de pulsión epistemológica se designa el empuje a la invención propia de los niños. Por un lado, el niño ordena durante un tiempo que el cuento se cuente siempre de la misma forma, garantizando así, que las palabras vuelvan todos los días al mismo lugar. En ese momento reniega de la sorpresa del chiste y opta por lo que vuelve, por lo que se repite; pero de un día para otro una inversión paradójica afecta esa satisfacción, y lo que vuelve al mismo lugar se convierte en angustia, en sufrimiento. Son esas rumiaciones que vuelven una y otra vez como una obsesión, esas pesadillas que se reproducen sin cesar, ese trauma que promete volver a repetirse.
Así el placer de lo familiar, de lo conocido que se anunciaba siempre con las mismas palabras, se convierte en lo más extranjero, en lo más temido.
“Estas falsas teorías sexuales (...) aunque todas yerran de un modo grotesco, cada una de ellas contiene alguna parte de verdad, asemejándose en esto a aquellas teorías (...) edificadas por los adultos como tentativas de resolver los problemas universales que desafían el pensamiento humano” (Freud, S, 1908/1973:1265).
Verdad que como ficción produce una serie de argumentos, de elucubraciones. Verdad impuesta por la pulsión y constituida a imagen de la organización libidinal del niño, en la medida en que la pulsión nombra la relación compleja de la sexualidad con el psiquismo y es solidaria del cuerpo y del goce.
Teorías que son la primera respuesta ante el enigma del deseo del Otro, y que operan con criterio de verdad, como creencias. Primeras respuestas axiomáticas del sujeto que son el preludio de la constitución fantasmática.
Freud les da un lugar fundamental en la constitución de las neurosis y de los síntomas: “para lo que se demuestra indispensable es para la concepción de las neurosis mismas, en las cuales conservan aún todo su valor tales teorías y ejercen una influencia determinante sobre la estructura de los síntomas” (Ibid:1263). Son pues parte de la neurosis infantil; son fijaciones, restos ligados a la satisfacción propia de la vida sexual del niño que permanecen vigentes aunque ocultos, y determinan la vida erótica.
La fijación se inscribe a partir y en el mismo lugar que la defensa, de forma tal que es a la vez una fijación al trauma y fijación del trauma. De esta ambigüedad de la fijación dará fe la respuesta sintomática constituida por la amnesia histérica, entendida por Freud como el revés de la reminiscencia.
La reminiscencia es una especie de búsqueda, búsqueda de eso que es inolvidable, ese personaje pre-histórico al que posteriormente nadie llega a igualarse; luego la elección por el padre y luego el fantasma mudo y consolador. La reminiscencia es inseparable de la acción del psicoanálisis donde se construye lo olvidado, donde la verdad de estas construcciones posee el valor terapéutico de recuerdo recuperado.
Lo que planteo hoy es justamente este sentimiento de certeza, de verdad, esta convicción de re-hallazgo. Lo olvidado construido se fija y desde allí se torna inaccesible a una crítica lógica, cuál un delirio psicótico; y Freud apelará a la ficción de una memoria vinculada con un contenido de verdad histórica, tomado en la represión de tiempos originarios olvidados.
Y es que detrás de la madre de todos los días, tal vez se esconda una mujer extraña. En el tejido de su ternura, entre los hilos de sus demandas se encuentra otra, una mujer que tiene deseos que el niño, que la niña no entiende. Seguramente el padre no puede acompañar a este niño frente a la extrañeza de esta mujer porque solo sabe de la versión de mujer que mejor se acomoda al objeto de sus fantasías sexuales infantiles.
Es un momento difícil. El niño amado que aportaba satisfacción en un momento dado siente miedo, puede ser devorado. La angustia es no saber, nunca se sabe qué quiere el Otro, la angustia es la sensación del deseo del Otro. La sensación del deseo que angustia marca con su impronta la geografía. Súbitamente hay lugares por los que no quiere pasar, animales que no puede mirar, espacios que antaño familiares se vuelven insoportables, personas que antes amadas producen ahora un inmenso sentimiento de encierro, de invasión.
Luego, cuando la pulsión golpea, cuando su escritura se despliega y se satisface en el gasto inútil, en el derroche, pero también en la restricción más extrema, en el control exasperado, en la insatisfacción quejosa de pretender contabilizar lo incontabilizable, el dolor secretamente programado hace su aparición. Con ese goce el niño se fabrica una respuesta; fabrica un fantasma que dé cuenta, que le permita interpretar el deseo del Otro, fantasma que se edifica sobre un real pulsional. El niño se inventa un cuento sobre lo que él es en el deseo de ella, una versión que intenta tapar el enigma siempre angustiante de la castración materna. Una respuesta sobre su ser que le permita interpretar su mundo.
Si bien no podemos rastrearlas con precisión, lo que nos interesa es el tiempo de latencia, como lo señala Freud, entre las teorías sobre la sexualidad y las fantasías primordiales, como dos tiempos necesarios en la constitución de la sexualidad.
Teorías y fantasías que se hilan como respuestas a la pregunta de los comienzos del sujeto, de la sexualidad, de la diferencia entre los sexos, del deseo, en la medida que la castración, lo real del sexo hace límite al saber.
Punto que puede abrir en el análisis la posibilidad particular de lograr que la otra historia se haga oír; singular historia formada por retazos: una voz, el espacio de un murmullo, tal vez la imagen imborrable de un momento, huellas de nuestras aventuras más precoces con el Otro inolvidable perdido para siempre en el tiempo de la separación.
El análisis es un relato que se lee y se relee, los personajes aparecen para desaparecer luego quedando de ellos apenas un nombre. Un acontecer hace resurgir una certeza que hemos llegado a pensar. La certeza insiste, estalla en palabras pero no se fija en ellas. ¿Y si esa certeza no fuera nada?.
La historia que tanto nos conmovía pierde su carga afectiva, palidece y se funde en el decorado convirtiéndose cada vez en algo más borroso e incierto. “Hice para mí misma -dice Virginia Wolf en: “Una habitación propia”- lo que el psicoanálisis hace para sus pacientes. Expresé una emoción honda y vieja, y al expresarla la expliqué y luego la dejé atrás”.
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS.
-Van Ophuijsen. “Declaración de una paciente obsesiva”. En:
¿Por qué las mujeres aman a los hombres y no a su madre?.
Haamon M.C: Paidos 1995. p 75
-Freud, S. (1908/1973). “Fantasías histéricas y su relación con la
bisexualidad”. En: Obras completas. Madrid: Biblioteca Nueva.
-Freud, S. (1908/1973). “Teorías sexuales infantiles”. En: Obras
completas. Madrid, Biblioteca Nueva.
-Freud, S. (1905/1973). “Tres ensayos para una teoría sexual”.
En: Obras completas. Madrid: Biblioteca Nueva.